26 mar 2011

Capitulo VIII "El Agua"


Sus pies descalzos tocan la vereda. La primera gota se suicida en el suelo anticipándose a la tormenta. Los transeúntes pasan acelerados y se fusionan con la multitud que intenta salvaguardarse bajo algún techo. Los pensamientos se detienen. Un segundo de calma provocado por el silencio interno la traslada a otro sitio. Los sonidos llegan desde algún lugar lejano en el que Ágata ya no está presente. Sumergida en el mundo acuático irrumpe el silencio un pensamiento, como un relámpago que desciende desde el vacío. “¿Qué sentido tiene la búsqueda de la verdad? ¿Cuál es la satisfacción de saber si se está en lo cierto? ¿Tiene alguna importancia?”. Siente una mano que toma su brazo mojado por la lluvia. Desde aquel lugar cada vez más lejano Ernesto le habla, la mira a los ojos, la lleva por el brazo hacia a la esquina de Córdoba. Ella lo percibe pero no muy claramente, su voz se pierde en el agua sin comprender el sentido de sus palabras, apartando su atención al sonar de cada letra, disociando la palabra del sentido. Los sonidos de la calle, sumergidos, se intensifican y se alentan, como si salieran desde una burbuja produciendo eco al revotar en el espacio. La lluvia lograra penetrar en todos sus sentidos. Su respiración lenta, el cuerpo se desliza sin peso avanzando por la calle. Atraviesa el aire como a una masa pesada e indivisible. Las luces distorsionadas reflejan brillos que se expanden formando líneas y estrellas. Ernesto le habla desde el subsuelo acuático, quiere comunicarse, pero por detrás suyo un destello de luces avanza por la avenida logrando captar la atención de Ágata. Un taxi frena a sus pies. El mundo da un vuelco repentino.

Ernesto: A Avenida Los Incas por favor. Ágata, me escuchas!
Ágata vuelve en si súbitamente
Ernesto: No te metas en quilombos, ese tipo tiene amigos grosos, vas a terminar mal, su padre es un asesino y no le va a importar si sos amiga o no sos amiga, vino a buscarte a vos por algo muy claro, o todavía crees en la casualidades de la vida. No seas tonta, hacete la boluda, te lo digo por vos, porque te quiero. Yo conozco la historia de esa cuenta, es más, te voy a decir algo… Nosotros le pusimos a Marta Reyes para que no pudieran sacar la guita, ¿Entendes? Pero no te metas, te cuento esto para que entiendas que va mucho más allá de tu control. Esto es una guerra y yo no se la voy a perdonar a ese hijo de puta. ¿Está claro? Pero linda, haceme un favor, no te metas, no la hagas más difícil, no te conviene. Vos sos una mina tranquila, que estas cosas no te importan mucho, la política no es lo tuyo, ¿no es cierto? Entonces, dejanos a los que sabemos jugar a este juego que nos entendamos entre nosotros. Y no me hagas perder la cabeza, te estoy cuidando después de todo, eso que siempre me reclamaste, que no te cuidaba.
Era verdad. A Ágata no le interesaba la política, no tenía ideas propias acerca de la actualidad política. Era de esas personas que repetía lo que dice la gran mayoría, que por lo general era lo que decía el medio de comunicación más masivo. Pero que él lo dijera tan abiertamente le molestó. Y se llegó a preguntar por qué las cosas suceden en los momentos inesperados. A veces las cosas llegan a tus manos y no sabes qué hacer con ellas, entonces es un buen momento para entrar en tema, pensó. Le dio cierta curiosidad el relato de Ernesto, aunque intento no reflejarlo en sus gestos. En verdad era bastante raro todo lo que decía, no le parecía parte de su realidad, inclusive hasta le dio miedo por un momento, pero también pensó que Ernesto era un manipulador de masas, por lo tanto, tendría que escuchar la otra campana para tomar una decisión propia, sin su influencia. Que Juan Esteban padre era un narcotraficante era como el cuento del hombre de la bolsa, hasta que ella no encontrara un indicio, no le iba a creer a Ernesto, que a esta altura ya le estaba pareciendo un delirante. 

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