26 feb 2011

Capítulo VII “El velo”

Ernesto toma cerveza en la mesa del fondo, despide con un abrazo a una chica. Ágata lo observa desde la entrada y espera a que ella se aleje para dar un paso hacia adelante. Se da cuenta que la diferencia de altura entre un pie y el otro es considerable y se saca la otra sandalia. Ernesto la ve acercarse y se levanta para recibirla. La saluda con un beso en la mejilla sin notar el detalle de la altura, pero percibe algo raro en ella. Ágata se sienta y apoya la sandalia arriba de la mesa, luego sus codos. Sostiene su cabeza con las manos y lo observa en silencio. Ernesto mira la sandalia confundido. Ágata sostiene la mirada. Un nudo en la garganta le parte la respiración. Por dignidad intenta contenerse pero le brotaran las primeras lágrimas de un llanto sostenido e incontrolable.
Ernesto: ¡¿Ágata que pasa?!
Ágata: ¡No puedo más! ¡No entiendo que pasa!
Se desarma en el llanto. Ernesto se sienta al lado de ella y le acaricia la cabeza intentando contenerla.
Ágata: ¡Hay un negro que me viene corriendo hace cinco cuadras! Se me rompió la sandalia y casi me rompo la cabeza tres veces, ayer me quedé encerrada en el sótano del banco y hoy llego a la mañana a trabajar y me encuentro una amenaza en el taco del escritorio.  
Ernesto la observa distante, sorprendido. La toma de la mano. Incrédulo le pregunta
Ernesto: ¿Una amenaza Ágata, de qué tipo?
Ágata: Si, una amenaza. Un papel que dice que deje de investigar. Que me olvide de todo. Y un tipo que me sigue a la salida del banco.
En eso entra el de remera roja al bar, que desentona claramente con el glamor del boliche. Se para frente a la barra y comienza a buscarla a Ágata con la mirada. Distingue su pelo rubio fosforescente. Ella está de espaldas a la puerta. Se acerca a la mesa en un paso liviano. Ágata percibe la presencia de alguien y se da vuelta de pronto. Al verle la cara se paraliza. Pálida y muda. Temblando ruega piedad con su mirada.
Hombre: ¡Flaca te vengo siguiendo hace cinco cuadras!
Ernesto lo mira interrogado. El tipo saca del bolsillo una billetera fucsia y sonríe. La tira arriba de la mesa. Ernesto sonríe también. Ágata la mira horrorizada como si hubiese tirado una bomba que está a punto de estallar sobre la mesa. Ernesto saca del bolsillo cincuenta pesos y se los extiende.
Ernesto: Gracias capo.
Hombre: No, de nada, pero decile que no me la voy a comer, que ya almorcé hoy.
Se ríe sarcástico tocándose el pedazo de panza que queda al descubierto entre la corta remera roja y el jean. Saluda con una mano en un gesto descreído y se va. Ernesto acaricia la mano de Ágata y levanta una ceja como diciendo “viste que no pasa nada”. Ágata lo mira furiosa.
Ágata: ¡No te das cuenta! ¿No te das cuenta que me la robó él para seguirme? ¡Y vos! ¡Encima le das plata!     
Ernesto: ¿Ágata que te pasa? ¿Me estás hablando en serio? No pasa nada. Te estás haciendo la cabeza. Contame ¿Qué es eso de la amenaza? ¿Qué estás investigando?
Ágata: Nada Ernesto, no se para que vine.
Ernesto le acaricia la mano intentando recomponer.
Ernesto: No te pongas así... ¿No confiás en mí?
Ágata que observaba la billetera levanta la mirada hacia los ojos de Ernesto.
Ágata: A veces… Pero hoy no es el caso. Hoy prefiero malo por conocer que malo conocido.
Ágata agarra la billetera y la sandalia y se levanta bruscamente de la mesa.
Al cruzar la puerta de salida recuerda que es jueves y que tiene una cita.

Musica recomendada para este capitulo:
http://www.youtube.com/watch?v=Qm-LXCcASuw&feature=fvwrel

Capitulo VI "Al trote"


Titubeó. Observó de reojos la cámara colgada en diagonal que apuntaba a la puerta del archivo. Sonrió al policía que se encontraba atravesando el obturador, el cable, la interconexión eléctrica, el otro cable y por último la pantalla del televisor blanco y negro encerrada en el bunker blindado del entrepiso. Él también sonrió y levanto el mate como en un brindis hacia la pantalla. Camino lentamente hacia las escaleras sin oír lo que decía la chica de limpieza que rezongaba porque Ernesto otra vez había entrado al archivo sin su autorización. Turbada en sus pensamientos caminó sin detenerse en que Maira, la cajera, bajaba corriendo porque otra vez había llegado tarde. Con la mirada perdida subía las escaleras. Cada escalón pesaba más que el anterior. Como si sus pensamientos tuvieran un peso concreto que le aplastaban la cima de la cabeza derritiéndola sobre la baranda en la que se sostenía.
Se sentó en su escritorio. Dos clientes. Una llamada telefónica. Un encargo del gerente. Otro cliente. La mirada odiosa de Nicolás.  El golpeteo constante del sello de los cajeros sobre la boletas. El teléfono suena. Nicolás observa. El sello golpea. El murmullo del gentío. Nicolás. Teléfono. Sello. Alguien dice: ¿Señorita hay baño acá dentro? Ágata lo observa por unos instantes, confundida, abstraída. El señor, que lleva un bastón y un traje arrugado, la mira casi enfurecido por su silencio. Golpea dos veces con el bastón la butaca vacía frente al escritorio. ¡Señorita! ¿Me escucha? ¿Hay baño acá adentro? Ágata sobresaltada sale de sus pensamientos. ¡No señor! vaya al Mc Donald´s, hay uno acá enfrente.      
Toma inmediatamente el teléfono y llama al departamento de legales. Toma apuntes de todo lo que le indica su interlocutor:
-          Formulario de lavado de dinero (orígenes de los fondos)
-          Acta de defunción
-          Declaración de herederos
-          D.N.I. del heredero
Cortó el teléfono y volvió a marcar. Su mano se enredaba nerviosa en el cable tirabuzón.
Interlocutora: Hola… Hola!
Ágata: Hola. Se encuentra la Señora Estela Reyes?
Interlocutora: Acá no vive ninguna Estela Reyes.
Ágata: Ah… Disculpe. Y no sabe si en algún momento vivió alguna Estela Reyes, porque intento buscarla y me dieron este teléfono.
Interlocutora: No querida, yo vivo acá hace cuarenta años y nunca vivió una Estela en mi casa, le habrán pasado mal el teléfono.
Ágata: Ah disculpe... Yo estoy hablando con la casa de Rivadavia al 6000, no es cierto?
Del otro lado del teléfono se escuchó el pulso del tono, casi cardiaco. La interlocutora abandonó la llamada. Ágata abandonó la investigación momentáneamente. Sabía que ese no iba a ser el camino.   
Dieron las cinco y cuarto y salió saludando a cada uno de sus compañeros. Caminó por Reconquista en dirección a Le bar, donde se habían citado esa mañana con Ernesto. La calle atestaba de gente, la densidad en la atmósfera próxima a una lluvia. Reconoció al hombre que hacía dos cuadras la estaba siguiendo. Llevaba la misma remera roja y esa cara inconfundible de expresidiario. Primero le llamó la atención que si su empresa era seguirla, vistiera siempre igual, pues tarde o temprano ella lo reconocería. Después pensó que quizás era tan impune su empresa que ni se molestaría en que no lo reconozca. Esto le dio escalofrío y aceleró su paso. El de remera roja, que venía fumando a paso tranquilo, tiro su cigarro a medio fumar al suelo y acelero su paso también. Ágata lo notó, miro hacia atrás y cruzaron sus miradas. Tomo su cartera de costado y fue al trote. Él trotó también. Ágata comenzó a correr, mirando hacia atrás. Se tropezó con una pareja que cruzaba la calle de la mano. Miró hacia adelante sin detenerse, a los golpes con la gente amontonada por la peatonal. De pronto una mesa de bar que traía un mozo se cruzó en el medio. Era la hora del after office. Freno de golpe, miró hacia atrás. Él seguía corriendo, a unos cuantos metros de distancia, pero se estaba acercando. Ágata esquivó la mesa y siguió corriendo buscando direccionarse por el centro de la peatonal y escabullirse entre la multitud. Corrió, pero de pronto el taco de la sandalia se le enredó entre los adoquines y cayó al suelo. Un grupo de jóvenes que estaba al lado se acercó para ayudarla, pero ella volvió a mirar hacia atrás y lo vio. Se levantó de un salto y corrió tratando de acomodándose el taco, pero la tira de la sandalia ya se había cortado y salió volando por el aire. Siguió corriendo. Quedaba media cuadra. Rengueando con una sandalia y la respiración agitada se desplomó en el marco de la puerta de entrada de Le bar. Se acomodó el pelo y las pestañas. Respiró profundo y abrió decidida la puerta de vidrio. En el bar sonaba “Sing Sing Sing” por Benny Goodman.       

Capitulo V "El mensaje"

Esa mañana Ágata se despertó decidida a organizar la información. Frente al capuchino humeante y con un block de hojas sobre su escritorio, se dispuso a ordenar las ideas y los pasos a seguir. Llamaría a la oficina de Legales para interiorizarse de cómo se procedía, le comentaría al gerente quien seguro tendría más experiencia en casos parecidos, armaría un legajo con toda la información que le brindara el sistema y por último, buscaría los datos de la segunda titular, teléfonos y domicilios para poder contactarla.
Buscó con la mirada el taco sobre el escritorio donde el día anterior escribió las anotaciones y para su sorpresa encontró una anotación adicional con una letra confusa pero legible. Su mirada quedo inmóvil, perpleja sobre aquel papel amarillo que le dictaminaba. La sorpresa se convirtió en gracia. La gracia en miedo. El miedo en angustia y por fin en horror. Su cara se fue transformando y miró a su alrededor extrañada. Enfrente suyo Alejandro contaba las monedas de la caja para preparar la apertura, Cándido caminaba y hablaba por el radio a la central de seguridad anunciando “todo en regla”, Nicolás apilaba carpetas en su escritorio como si formara una muralla, todos parecían sumidos en su tarea habitual sin reparar en lo extraño de aquella mañana. Volvió al papel amarillo sobre el taco. Lo releyó en silencio: “Olvidarlo va a ser mejor que encontrarlo. Por tu bien deja todo como estaba” ¿Qué quería decir “olvidarlo”? ¿Olvidar a quien o a qué? ¿Porque iba a ser mejor dejarlo todo como estaba? Sea lo que sea, terminaba la frase de un modo amenazante. Y en tal caso. ¿Cómo sabía el amenazador que ella estaba trabajando en esto, si todavía no se lo había comentado nadie? Recordó inmediatamente la carpeta amarilla del sótano. Salió apresurada a buscarla para no dejar más evidencias. Faltaban dos minutos para la apertura. Nicolás odiaba que desapareciera justo cuando estaban por abrirse las puertas. La miro con desprecio cuando la vio levantarse del escritorio.        
Ágata: Ya vengo Nico, son dos minutos, voy a buscar una carpeta que me olvidé.
En eso el malón de gente atravesó la puerta de entrada y ella se mescló con la multitud que la llevaba por delante. Una persona la frenó para preguntarle algo sobre las cajas y otro que la vio parada aprovecho para preguntar también. La sucursal ya estaba en pleno funcionamiento. Ágata logró se deshacerse de la gente y se apresuró a bajar hacia el subsuelo. En la escalera del segundo subsuelo se topó con Ernesto, a quien no veía desde octubre del año anterior. Ernesto subía las escaleras y le sonreía. Ágata le devolvió la sonrisa.
Ágata: ¡¿Ernesto?! ¿Qué haces acá?
Ernesto: Vine a ver a una de las cajeras, a Maira, viste el problema que tiene…
Ágata lo miró con sorna y recordó porque se habían peleado la última vez. Ernesto era de la gremial, se habían conocido en medio de una manifestación en la que participó sólo porque la sucursal entera estaba allí. Por lo general no le gustaba mezclarse en esos asuntos. Esa tarde Ernesto no se le despegó un segundo. Después de esa tarde, no existía  un día en el que no se vieran. El amor duró dos meses. A Ágata le resultó divertida la idea de salir con un muchacho rudo y gremialista, pero con el pasar de los días se dio cuenta, que no era a la única que le resultaba divertido.     
Ernesto la agarró de la cintura para darle un beso en la mejilla y en cuanto la tuvo frente a frente la miró a los ojos.
Ernesto: ¿Y vos? ¿Cómo estás?
Ágata sin poderse resistir a sus profundos ojos verdes, miró hacia el suelo vergonzosa.
Ágata: ¡Bien! Va… Justo que te veo ahora… Tengo que contarte algo que me acaba de pasar. Pero no te lo puedo decir acá. Además se está llenando de gente y tengo que ir a buscar ya una carpeta.  
Ernesto: ¿Te paso a buscar a la tarde o nos encontramos en algún lado?
Ágata sintió por un momento que aquella cita iba ser una perdición, volver al pasado no era su estilo. Pero rápidamente se le acomodaron las ideas al imaginarse al resguardo de un hombre fuerte que la protegería tras aquella amenaza.
Ágata: OK. A la 5.30 en Le bar.
Bajó corriendo las escaleras. Abrió la puerta del sótano y otra vez se sintió paralizada al no encontrar rastro de la carpeta amarilla ni de los papeles del día anterior.

Capitulo IV "La muerte"

Caminaba por Florida y recordaba con gracia la escena del sótano. Se habían hecho las ocho de la noche, entre la llegada de la policía, las declaraciones, el informe en casa central, solo tenía ganas de comerse una buena hamburguesa e irse casa. Había sido un día largo. Miraba las vidrieras de Falabella cuando se dio cuenta a través del vidrio que a lo lejos un hombre la observaba. Tenía un radar para la mirada masculina. Hizo de cuenta que no lo vio, pues no era de gran encanto, sino más bien un morocho, gordo, de remera roja medio gastada, que fumaba apoyado simulando mirar la vidriera, pero era evidente que la estaba observando. Se sintió intimidada y camino rápidamente hacia la boca de subte. Se colgó los auriculares y musicalizó la escena subterránea con una de Black Eyed Peas. Por lo general la gente se conglomera alrededor de las puertas, pero esta vez extrañamente el vagón estaba casi vacío y pudo encontrar asiento. El clima subterráneo la llevo a pensar en la muerte. No como algo personal, sino más bien en torno a los secretos que se llevan los difuntos y que nadie puede develar. Quizás el tiempo esclarece alguna vaga idea, pero nunca lo hace con certeza. El rencor de los vivos por haber dejado preguntas sin contestar y rastros de un ser oculto, desconocido hasta entonces, que se vuelve inaccesible a partir de la muerte. El misterio de los secretos personales, que comienzan a develarse a partir del momento de revolver las pertenencias de alguien que ha dejado de existir. Los libros, los cuadernos de escritura, las cartas, las fotos, la ropa, los discos, los cuadros. Objetos que por alguna razón están ahí, porque casi todas las pertenencias tienen una explicación emotiva. Todo lo que se guarda tiene un sentido de existencia, un valor personal que solo su dueño puede explicar. Recordó a su abuela Rita y el dolor que le produjo encontrar sus propias cartas guardadas en un cajón, luego de la inesperada muerte que la encontró joven y hermosa con 60 años de edad. Rita era la forma en que ella la llamaba secretamente, porque tenía un estilo muy sensual que le recordaba a Rita Hayworth. Su abuela odiaba que la llame así, porque en verdad era muy elegante y Rita le parecía un nombre vulgar. Pero se divertía con la idea de ser parecida a la Hayworth y entonces no le decía nada.
El subte abrió sus puertas en la estación Los Incas, el altoparlante indica final del recorrido. Las dos personas que estaban con Ágata en el vagón se acomodan para salir. Afuera una noche densa anunciaba lluvia. Ágata entró al departamento y cayó rendida en la cama. Activó el despertador, se desnudó y se mezcló entre las sábanas. Sonó el teléfono cuando ella entraba en el primer sueño. Le costó darse cuenta que la chicharra no pertenecía al mundo onírico y que estaba sonando hacía unos cuantos minutos. Manoteó el inalámbrico y con la mejor voz que pudo respondió:
Ágata: ¿Si?
Juan Esteban: Hola… perdón, estás despierta? Disculpame que te llame a esta hora.
Ágata: ¡¿Quién habla?!
Juan Esteban: Ay, perdóname, Juan habla, es que me quede pensando hoy… pensé que estarías despierta y te quería preguntar… ¿Querés que te llame en otro momento?
Ágata: Ah Juani! ¿Cómo estás? No, todo bien, es que tuve un día fatal hoy… mmm… (Bosteza).
Juan Esteban: Bueno, mira te quería preguntar si habías averiguado algo, en verdad te quería invitar a comer, por la buena onda que tuviste y de paso charlamos y nos ponemos al día, fue raro encontrarnos, no se… si querés te llamo otro día y hablamos mejor.
Ágata sonríe por dentro.
Ágata: Si te cuento lo que me pasó hoy averiguando! Pero da para contártelo en la cena. No pude averiguar mucho todavía, pero ya iremos avanzando, no te preocupes, el tiempo dirá, tomátelo con calma.  
Juan Esteban titubea, se queda en silencio.
Juan Esteban: Si, claro… Es que yo estoy un poco apurado… Pero mejor lo hablamos en la cena. ¿Cuándo cenamos? ¿Cuándo tenés una noche libre?
Ágata: ¿Por qué estás tan apurado?
Juan Esteban: (Silencio) Porque tengo cosas que resolver, y los plazos se van venciendo, porque hace bastante que estoy con esta historia y ahora que estoy cerca… No quiero dejar que otra vez se pudra.
Ágata: ¿Otra vez? ¿Cómo otra vez?
Juan Esteban: No, si, es que, viste que te conté que en otra oportunidad yo me acerque al Banco y pensé que todo iba a ser muy fácil y al final me dijeron que no. Por eso te digo. Pero bueno, lo hablamos después. ¿Te parece que nos veamos el jueves, estás libre?
Ágata: Dale Juani, quedamos para el jueves.
Juan Esteban: Bueno linda, te dejo seguir durmiendo, nos hablamos.

Ágata: Buenas noches, hasta el jueves, si se algo antes te llamo. Besos.
Cortó el teléfono y entre satisfecha y confundida volvió a buscar el hueco en la almohada.

Capitulo III "El Sotano"

Bajó las húmedas escaleras que conducían al sótano. El zumbido de la luz de tubo blanca fosforescente que iluminaba el pasillo le recordaba a la última vez que estuvo en un quirófano, eso le resulto un poco impresionante. Su cuerpo desnudo, metido en una bata de gasa transparente, la incertidumbre y la soledad de aquel sótano del sanatorio La Estrella, la mirada de aquellos hombres de barbijo blanco, que hablaban en un idioma para ella incomprensible debido a la anestesia. Esa sensación de desamparo que consigue la suma de tres factores: el sótano, la desnudez y la luz de tubo. “No hay mal que por bien no venga” pensó para sus adentros y dio un paso decidido hacia el último escalón. Tenía la teoría de que como a los autos nuevos, que los hacían más finos adelante que atrás, manteniendo una estructura aerodinámica, al igual que los barcos, donde la proa va rompiendo con su fina punta la masa acuática, sus tetas estaban dentro de la misma ley, estaban delante de su cuerpo abriéndole camino a todo lo que se le interpusiera. En verdad lo que le daba mas repugnancia era la idea de encontrarse con alguna rata que se le cruzara por entre medio de sus Ricky Sarkany, pero antes de dar un solo paso más, visualizó a lo lejos la numeración de los biblioratos para ir directamente a su objetivo y no pasar mas de cinco minutos en ese inmundo lugar. Le costó unos minutos encontrar con la mirada donde estaban ordenadas las cajas de ahorro dólar, pero luego a simple vista divisó que del numero 300 al numero 500 faltaban el bibliorato y la cuenta que ella buscaba era la 435. Si el bibliorato faltaba era porque alguien más estaba buscando una cuenta dentro de esa numeración, dedujo. Era raro que alguien se llevara un bibliorato entero del archivo. A lo sumo se llevaría el legajo si era eso lo que buscaba. Quizás Marcelo que trabaja con los saldos inmovilizados se lo había llevado esta mañana. Recordó que a la mañana Marcelo había estado trasladando unas cajas. Estaba pensando en subir las escaleras a buscarlo cuando de pronto se apagó la luz y se cerró la puerta del sótano. La puerta sólo se abría del lado de afuera, era de esas puertas con traba en el picaporte, pero lamentablemente la cerradura estaba puesta al revés, como tantas otras cosas que estaban al revés en ese banco. Un sudor frío le cayó en el cuello. Subió rápidamente las escaleras y quiso gritar, pero a causa del espanto y el shock no le salía la voz de la garganta. Golpeó la puerta con la carpeta amarilla q llevaba en la mano y  los papeles que estaban dentro se dispersaron por el piso, pateo la puerta con la punta de los zapatos y se quedo un momento en silencio para intentar escuchar si alguien venía por el camino. Escucho a lo lejos unos pasos, unas llaves. Se imaginó la pesada reja de hierro que se cerraba. Silencio. Deben ser las cinco y cuarto, pensó. Se desesperó y le salió la voz angustiosa como en un llanto: ¡Marcelooooo! ¡Marcelo por dios!
El archivo estaba a tres pisos de diferencia de la entrada principal del banco, al lado de las cajas de seguridad, lo que lo convertía en un espacio aislado y hermético. Volvió a gritar en vano, el gerente apretaba el código de la alarma central dispuesto al lado de la puerta de salida y saludaba al último empleado que desaparecía entre la multitud del microcentro. Ágata quiso seguir gritando para desahogar la angustia, pero se le ocurrió que era más inteligente pensar de qué manera podía salir de ahí. Golpeó con todo su cuerpo la puerta y esta apenas se agitó. Se sacó del pelo una hebilla y empezó a forzar la cerradura. Lo había visto en tantas películas que en verdad dudaba de la eficiencia de una hebilla, son ese tipo de cosas que en la realidad nunca funcionan, pensó, como cuando los villanos logran engañar a la policía en las películas de acción. Los ojos comenzaron a acostumbrarse a la oscuridad y pudo ver que en una de las bibliotecas había un lapicero, revolvió los útiles y encontró un cúter. Con el cúter entre la puerta y la pared a la altura de la cerradura haciendo palanca y con la hebilla forzando la rosca hacia todos los lados, la perta cedió y se abrió suavemente en la oscuridad del tercer subsuelo. Salió corriendo en dirección a las escaleras y la alarma ensordeció al barrio entero. Recordó que aquella noche tenía una cita en el after office de la calle Reconquista, iba a llegar tarde. Olvido la carpeta amarilla en el sótano. Fue directo a buscar su cartera y el celular, a esperar cerca de la puerta a que llegara la policía para abrirle por fin la puerta de salida.

Capitulo II "El comienzo de una larga busqueda"

Esa tarde no pudo dejar de pensar en Juan Esteban. En ese encuentro casual, en esa misión que le había encomendado el destino, en lo fuerte que se había puesto con el tiempo su primer novio, en lo que él habrá pensado de ella y finalmente en que haría todo lo posible para que él pudiera sacar el dinero. Porque en verdad, ella tampoco estaba de acuerdo con la institución en esos casos, al contrario de algunos cuantos compañeros. De la forma burocrática con que se resolvían algunos temas, si bien no era un almacén, y no se puede dar de fiado, tampoco se le puede hacer la cuestión tan complicada a cada uno que se presenta, y ella sabía mejor que nadie que muchas veces tenia que ver con la voluntad del que estaba sentado en el escritorio. Con lo que termino de resolver, que por una cuestión casi moral, haría todo lo que estaba a su alcance y más, para poder ayudar a su amigovio de la infancia a resolver su problema.
Se metió inmediatamente en la base de datos de clientes y comenzó a buscar por nombre y apellido al padre de Juan Esteban, que casualmente llevaba el mismo nombre     que él, pero con veintitrés millones de diferencia en la numeración del documento.
Ella no sabía mucho de la vida de Juan Esteban, pero él le había contado esa mañana que su padre tenía una diferencia de edad considerable con su madre, casi como veinte años. Se habían conocido en Estados Unidos. Ella viajaba con una amiga, en una salida  de aventuras, a Disney y a las hermosas playas de Miami. Él era en ese entonces, gerente y accionista del hotel donde ella se hospedaba. Juan Esteban padre, estaba solo y deprimido de la vida empresarial que llevaba, sin amor ni familia. Había dedicado la mayor parte de su vida a los negocios cuando la conoció a Cristina, tan hermosa y joven que era irresistible. Fue amor a primera vista. Vivieron unos meses en Miami hasta que por medio de sus contactos empresariales pudieron acomodarse en Buenos Aires, donde nació su primogénito, Juan Esteban hijo.   
Ágata entro al sistema de red de informaciones y encontró la famosa cuenta en dólares, saco el histórico de los movimientos, vio el nombre de la fulana que Juan Esteban le había dicho, anoto todos sus datos en el taco del escritorio e imprimió todo lo que iba encontrando. Con tal frenesí para la tarea intrascendente que estaba llevando a cabo, que cualquiera que la viera diría que estaba loca. Pero eran tan solo los primeros datos de lo que seria una larga historia. Le produjo adrenalina pensar en toda la información que podría recaudar, que debía ver hacia donde se disparaba el caso. Entonces pensó en lo primordial, lo que cualquier supervisor le hubiese dicho. Debía primero que nada contactarse con aquella fulana, cerciorarse por sus propios medios de que aquella mujer no existiera. Inmediatamente se le ocurrió pensar en qué le diría si en verdad existía. Como la pondría al tanto de que en el Bank of the Village tenía cien mil dólares por cobrar. Nada mas ni nada menos! La mujer se moriría de un infarto o vendría inmediatamente a cobrarlos sin dar aviso a nadie. Había que tener mucho tacto a la hora de contactarla, qué decirle, como persuadirla. De eso se encargaría Juan Esteban o su abogado en todo caso. Para cerciorarse debía ella misma inventar alguna excusa tonta por la cual la llamaba, pero no tan tonta como para poder seguirle el rastro.
Mientras hacia una lista mental de las excusas con las que podía persuadir a su interlocutor telefónico, examinó detenidamente el listado de últimos movimientos. La cuenta se había abierto hacia seis años, marzo del 2005. Ágata reparó en el hecho de que seguramente ella debería haberlo atendido al Sr. Juan Esteban, porque hacía exactamente seis años que ella trabajaba para la institución en la misma sucursal y él había fallecido hace unos cinco años. Intentó hacer un boceto en su cabeza de cómo sería la cara de Don Juan Esteban, ella no lo conocía personalmente, pues era la madre quien se encargaba de llevarlo a la escuela y retirarlo cuando era un niño. Se dio cuenta que su esfuerzo mental no tenia sentido. En el inmenso archivo de la sucursal debería estar el legajo de la cuenta con la fotocopia del documento. Decidió dejar de perder el tiempo, guardó todo en una carpeta amarilla y salió en dirección a la puerta del sótano. Miró su reloj y daban las cinco, le quedaba exactamente quince minutos para seguir jugando al detective.

Capitulo I "El encuentro"

Era un aburrido día de Enero. En Buenos Aires hacían 40 grados de sensación térmica. Era de esos días donde al banco solo asisten las personas que no pudieron irse de vacaciones. Por lo tanto se inventan alguna excusa inverosímil para pasear por los escritorios de atención al público disfrutando del aire acondicionado. Ágata se topaba cada día con clientes que paseaban veinte minutos mirando cada uno de los folletos abultados en el mostrador de la entrada, hasta que se decidían a sentarse en su escritorio para preguntarle si el banco seguían dando prestamos, si la tasa variable había variado, si el concurso fotográfico que auspiciaba el banco empezaba realmente el 20 de marzo como decía en el folleto y variadas preguntas en el mismo tono que ella respondía monótonamente.
Ágata levanta la mirada de su revista chimentos semanal para revisar con una rápida mirada si hay algún cliente esperando, cuando se le presenta ante sus ojos un holograma del pasado que la deja boquiabierta. Apenas reacciona para digitar el control del numerador que alerta a la única persona que esta sentada en las butacas de espera. Juan Esteban ya divisó su nombre completo que cuelga del box, adornado por supuesto como todos sus objetos, con románticos stickers de flores coloridas, mariposas y caras felices. El se acerca sonriendo con aire entusiasmado por el encuentro casual. Ágata! Que cambiada que estas! Ágata, sale de atrás del escritorio para estrecharle un fuerte abrazo y estrujar sus tetas nuevas, gracias al plan 510 de OSDE, sobre la fina musculosa de Morley de Juan Esteban. Quien te ha visto y quien te ve! Exclama Ágata entusiasmada, que le encanta citar frases hechas. Veni, sentate, contame. Tanto tiempo! No te veo desde tercer grado, eso es como hace veinte años! Ágata pasa una revista mental de aquella época donde apenas sabía leer y escribir y jugaba con Juan Esteban a Invasión V Extraterrestre, eran novios, el hacia karate, ella danza, median la misma estatura y se habían dado el primer beso. Después de eso, nunca más se vieron. Él se mudó de barrio, por lo tanto cambió de escuela.
Juan Esteban intenta salir del asombro mientras se acomoda en los sillones azul eléctrico que lo posicionan en el lugar de cliente y comienza a contarle su historia que lejos de ser una consulta de verano, es un mas bien un tema que debe resolver cuanto antes. Su padre había fallecido hacia algunos años, los dos últimos años de vida estuvo internado en una clínica porque tenía Alzheimer y era difícil tratar con él, no reconocía a casi nadie y le daban ataques de violencia sin explicación. Resulta que sin conocimiento de sus hijos había abierto una cuenta en el banco, con cien mil dólares y recién ahora ellos se enteraban.
Mirándola a los ojos le dice: Yo soy diseñador y trabajo de manera independiente y justo en este momento no estoy teniendo mucho laburo, así que cobrar esa plata me vendría bárbaro y a mi hermana porsupuesto que también. Ágata afectada por el relato se apresura: Ningún problema. Tenés la declaración de herederos, hicieron la sucesión? Juan Esteban suspira: Si, el problema esta en que en la cuenta figura una fulana que nadie sabe quien es, nadie de mi familia la conoce, nosotros pensamos que quizás es una enfermera, pero quisimos contactarnos con ella buscando por cielo y tierra para ofrecerle aunque sea la mitad del dinero y nadie sabe su paradero. Ágata arquea una ceja: Bueno, hagamos una cosa, dejame tu teléfono que te averiguo que se puede hacer y te llamo. Además, el que no arriesga no gana ¿No?. Y le dedica una sonrisa. Intercambian tarjetas, Juan Esteban le da algunas explicaciones del caso y se va.
Todo bancario lleva un detective privado en su interior a causa de las investigaciones cotidianas que deben hacer, es un vicio del oficio. Así que ya tenia un caso, por mas entristecedor que fuera éste, para entretenerse lo que quedaba del verano. No era un caso fácil, pero el misterio y la dificultad lo hacían sumamente atractivo. Además, con algo se tenía que entretener en estos días de calor, porque al igual que sus clientes, ella tampoco salía de vacaciones, estaba juntando plata para sacar el préstamo hipotecario.