Todo iba tomando un color más gris y confuso. Pensó que las casualidades ya no eran tales y que debía de alguna forma disimulada, investigar un poco más sobre aquella familia.
El niño seguía ahí, apoyado en un árbol, como esperando que ella resolviera salir del asombro. Entonces fue cuando ella lo vio. Una vez que se había terminado el espectáculo de la ventana, una vez que el telón se había cerrado. Recién ahí ella puedo darse cuenta que había alguien más, el niño. Se acercó a él, que jugaba con un fajo de estampitas como si fuera un mazo de cartas.
- Comiste?
- No.
- Yo tampoco. Vamos a comer algo.
Caminaron unas cuadras por Soler hasta llegar a un bar en una esquina. Ella sentía que su alma estaba vagabunda, sin certezas, sin saber en quien confiar. Y en ese punto se identificaba con el niño, que según le contó en el camino, había abandonado su casa hacía un mes para vivir con su tío en retiro. Se sentaron afuera y Ágata pidió dos sándwiches y dos coca colas. Él le contó que el marido de su madre le pegaba si no llevaba plata cuando volvía a la casa, por eso se vino a vivir a la villa 31, lejos de él. Además era más fácil para laburar estar en la capital y acá en Palermo se laburaba bien. A veces extrañaba Temperley, ahí estaban sus amigos de verdad, con los que había armado un equipo de futbol. Le contó que escondía la plata antes de llegar a la casa, tenía un escondite secreto, donde guardaban la garrafa. Dijo que la escondía porque estaba juntando plata para comprarse unos botines, pero unos buenos, como los del Messi. Pero cuando el marido de su madre encontró el escondite, le robó la plata y se enfureció de tal modo que lo persiguió alrededor de la casa con la garrafa en la mano para golpearlo. Ahí decidió irse y empezar de nuevo con los ahorros. Pero ahora era más difícil, porque en lo de su tío eran un montón y no tenía un escondite. Además, él le había dado un lugar en su casa y algo tenía que llevar.
A Ágata se le ocurrió que el niño podría trabajar con ella en el caso y se lo propuso. De paso juntaría plata para los botines. Se estrecharon las manos para cerrar el negocio. El niño era muy formal en este tipo de acuerdos, decía que si no se daban la mano, cualquiera de los dos estaba libre para traicionar al otro. Que los buenos acuerdos se cierran estrechándose las manos, eso lo había visto en una película y confiaba ciegamente en ello.
Quedaron en que cada día él vigilaría la casa, quienes entran, quienes salen, si puede ver algo a través de la ventana mejor. Se encontrarían por la tarde a merendar, para que le pasara el reporte diario. Elle le iba a pagar un poco más de lo que ganaba habitualmente con las estampitas.
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