Caminaba por Florida y recordaba con gracia la escena del sótano. Se habían hecho las ocho de la noche, entre la llegada de la policía, las declaraciones, el informe en casa central, solo tenía ganas de comerse una buena hamburguesa e irse casa. Había sido un día largo. Miraba las vidrieras de Falabella cuando se dio cuenta a través del vidrio que a lo lejos un hombre la observaba. Tenía un radar para la mirada masculina. Hizo de cuenta que no lo vio, pues no era de gran encanto, sino más bien un morocho, gordo, de remera roja medio gastada, que fumaba apoyado simulando mirar la vidriera, pero era evidente que la estaba observando. Se sintió intimidada y camino rápidamente hacia la boca de subte. Se colgó los auriculares y musicalizó la escena subterránea con una de Black Eyed Peas. Por lo general la gente se conglomera alrededor de las puertas, pero esta vez extrañamente el vagón estaba casi vacío y pudo encontrar asiento. El clima subterráneo la llevo a pensar en la muerte. No como algo personal, sino más bien en torno a los secretos que se llevan los difuntos y que nadie puede develar. Quizás el tiempo esclarece alguna vaga idea, pero nunca lo hace con certeza. El rencor de los vivos por haber dejado preguntas sin contestar y rastros de un ser oculto, desconocido hasta entonces, que se vuelve inaccesible a partir de la muerte. El misterio de los secretos personales, que comienzan a develarse a partir del momento de revolver las pertenencias de alguien que ha dejado de existir. Los libros, los cuadernos de escritura, las cartas, las fotos, la ropa, los discos, los cuadros. Objetos que por alguna razón están ahí, porque casi todas las pertenencias tienen una explicación emotiva. Todo lo que se guarda tiene un sentido de existencia, un valor personal que solo su dueño puede explicar. Recordó a su abuela Rita y el dolor que le produjo encontrar sus propias cartas guardadas en un cajón, luego de la inesperada muerte que la encontró joven y hermosa con 60 años de edad. Rita era la forma en que ella la llamaba secretamente, porque tenía un estilo muy sensual que le recordaba a Rita Hayworth. Su abuela odiaba que la llame así, porque en verdad era muy elegante y Rita le parecía un nombre vulgar. Pero se divertía con la idea de ser parecida a la Hayworth y entonces no le decía nada.
El subte abrió sus puertas en la estación Los Incas, el altoparlante indica final del recorrido. Las dos personas que estaban con Ágata en el vagón se acomodan para salir. Afuera una noche densa anunciaba lluvia. Ágata entró al departamento y cayó rendida en la cama. Activó el despertador, se desnudó y se mezcló entre las sábanas. Sonó el teléfono cuando ella entraba en el primer sueño. Le costó darse cuenta que la chicharra no pertenecía al mundo onírico y que estaba sonando hacía unos cuantos minutos. Manoteó el inalámbrico y con la mejor voz que pudo respondió:
Ágata: ¿Si?
Juan Esteban: Hola… perdón, estás despierta? Disculpame que te llame a esta hora.
Ágata: ¡¿Quién habla?!
Juan Esteban: Ay, perdóname, Juan habla, es que me quede pensando hoy… pensé que estarías despierta y te quería preguntar… ¿Querés que te llame en otro momento?
Ágata: Ah Juani! ¿Cómo estás? No, todo bien, es que tuve un día fatal hoy… mmm… (Bosteza).
Juan Esteban: Bueno, mira te quería preguntar si habías averiguado algo, en verdad te quería invitar a comer, por la buena onda que tuviste y de paso charlamos y nos ponemos al día, fue raro encontrarnos, no se… si querés te llamo otro día y hablamos mejor.
Ágata sonríe por dentro.
Ágata: Si te cuento lo que me pasó hoy averiguando! Pero da para contártelo en la cena. No pude averiguar mucho todavía, pero ya iremos avanzando, no te preocupes, el tiempo dirá, tomátelo con calma.
Juan Esteban titubea, se queda en silencio.
Juan Esteban: Si, claro… Es que yo estoy un poco apurado… Pero mejor lo hablamos en la cena. ¿Cuándo cenamos? ¿Cuándo tenés una noche libre?
Ágata: ¿Por qué estás tan apurado?
Juan Esteban: (Silencio) Porque tengo cosas que resolver, y los plazos se van venciendo, porque hace bastante que estoy con esta historia y ahora que estoy cerca… No quiero dejar que otra vez se pudra.
Ágata: ¿Otra vez? ¿Cómo otra vez?
Juan Esteban: No, si, es que, viste que te conté que en otra oportunidad yo me acerque al Banco y pensé que todo iba a ser muy fácil y al final me dijeron que no. Por eso te digo. Pero bueno, lo hablamos después. ¿Te parece que nos veamos el jueves, estás libre?
Ágata: Dale Juani, quedamos para el jueves.
Juan Esteban: Bueno linda, te dejo seguir durmiendo, nos hablamos.
Ágata: Buenas noches, hasta el jueves, si se algo antes te llamo. Besos.
Cortó el teléfono y entre satisfecha y confundida volvió a buscar el hueco en la almohada.
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