Titubeó. Observó de reojos la cámara colgada en diagonal que apuntaba a la puerta del archivo. Sonrió al policía que se encontraba atravesando el obturador, el cable, la interconexión eléctrica, el otro cable y por último la pantalla del televisor blanco y negro encerrada en el bunker blindado del entrepiso. Él también sonrió y levanto el mate como en un brindis hacia la pantalla. Camino lentamente hacia las escaleras sin oír lo que decía la chica de limpieza que rezongaba porque Ernesto otra vez había entrado al archivo sin su autorización. Turbada en sus pensamientos caminó sin detenerse en que Maira, la cajera, bajaba corriendo porque otra vez había llegado tarde. Con la mirada perdida subía las escaleras. Cada escalón pesaba más que el anterior. Como si sus pensamientos tuvieran un peso concreto que le aplastaban la cima de la cabeza derritiéndola sobre la baranda en la que se sostenía.
Se sentó en su escritorio. Dos clientes. Una llamada telefónica. Un encargo del gerente. Otro cliente. La mirada odiosa de Nicolás. El golpeteo constante del sello de los cajeros sobre la boletas. El teléfono suena. Nicolás observa. El sello golpea. El murmullo del gentío. Nicolás. Teléfono. Sello. Alguien dice: ¿Señorita hay baño acá dentro? Ágata lo observa por unos instantes, confundida, abstraída. El señor, que lleva un bastón y un traje arrugado, la mira casi enfurecido por su silencio. Golpea dos veces con el bastón la butaca vacía frente al escritorio. ¡Señorita! ¿Me escucha? ¿Hay baño acá adentro? Ágata sobresaltada sale de sus pensamientos. ¡No señor! vaya al Mc Donald´s, hay uno acá enfrente.
Toma inmediatamente el teléfono y llama al departamento de legales. Toma apuntes de todo lo que le indica su interlocutor:
- Formulario de lavado de dinero (orígenes de los fondos)
- Acta de defunción
- Declaración de herederos
- D.N.I. del heredero
Cortó el teléfono y volvió a marcar. Su mano se enredaba nerviosa en el cable tirabuzón.
Interlocutora: Hola… Hola!
Ágata: Hola. Se encuentra la Señora Estela Reyes?
Interlocutora: Acá no vive ninguna Estela Reyes.
Ágata: Ah… Disculpe. Y no sabe si en algún momento vivió alguna Estela Reyes, porque intento buscarla y me dieron este teléfono.
Interlocutora: No querida, yo vivo acá hace cuarenta años y nunca vivió una Estela en mi casa, le habrán pasado mal el teléfono.
Ágata: Ah disculpe... Yo estoy hablando con la casa de Rivadavia al 6000, no es cierto?
Del otro lado del teléfono se escuchó el pulso del tono, casi cardiaco. La interlocutora abandonó la llamada. Ágata abandonó la investigación momentáneamente. Sabía que ese no iba a ser el camino.
Dieron las cinco y cuarto y salió saludando a cada uno de sus compañeros. Caminó por Reconquista en dirección a Le bar, donde se habían citado esa mañana con Ernesto. La calle atestaba de gente, la densidad en la atmósfera próxima a una lluvia. Reconoció al hombre que hacía dos cuadras la estaba siguiendo. Llevaba la misma remera roja y esa cara inconfundible de expresidiario. Primero le llamó la atención que si su empresa era seguirla, vistiera siempre igual, pues tarde o temprano ella lo reconocería. Después pensó que quizás era tan impune su empresa que ni se molestaría en que no lo reconozca. Esto le dio escalofrío y aceleró su paso. El de remera roja, que venía fumando a paso tranquilo, tiro su cigarro a medio fumar al suelo y acelero su paso también. Ágata lo notó, miro hacia atrás y cruzaron sus miradas. Tomo su cartera de costado y fue al trote. Él trotó también. Ágata comenzó a correr, mirando hacia atrás. Se tropezó con una pareja que cruzaba la calle de la mano. Miró hacia adelante sin detenerse, a los golpes con la gente amontonada por la peatonal. De pronto una mesa de bar que traía un mozo se cruzó en el medio. Era la hora del after office. Freno de golpe, miró hacia atrás. Él seguía corriendo, a unos cuantos metros de distancia, pero se estaba acercando. Ágata esquivó la mesa y siguió corriendo buscando direccionarse por el centro de la peatonal y escabullirse entre la multitud. Corrió, pero de pronto el taco de la sandalia se le enredó entre los adoquines y cayó al suelo. Un grupo de jóvenes que estaba al lado se acercó para ayudarla, pero ella volvió a mirar hacia atrás y lo vio. Se levantó de un salto y corrió tratando de acomodándose el taco, pero la tira de la sandalia ya se había cortado y salió volando por el aire. Siguió corriendo. Quedaba media cuadra. Rengueando con una sandalia y la respiración agitada se desplomó en el marco de la puerta de entrada de Le bar. Se acomodó el pelo y las pestañas. Respiró profundo y abrió decidida la puerta de vidrio. En el bar sonaba “Sing Sing Sing” por Benny Goodman.
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