Bajó las húmedas escaleras que conducían al sótano. El zumbido de la luz de tubo blanca fosforescente que iluminaba el pasillo le recordaba a la última vez que estuvo en un quirófano, eso le resulto un poco impresionante. Su cuerpo desnudo, metido en una bata de gasa transparente, la incertidumbre y la soledad de aquel sótano del sanatorio La Estrella, la mirada de aquellos hombres de barbijo blanco, que hablaban en un idioma para ella incomprensible debido a la anestesia. Esa sensación de desamparo que consigue la suma de tres factores: el sótano, la desnudez y la luz de tubo. “No hay mal que por bien no venga” pensó para sus adentros y dio un paso decidido hacia el último escalón. Tenía la teoría de que como a los autos nuevos, que los hacían más finos adelante que atrás, manteniendo una estructura aerodinámica, al igual que los barcos, donde la proa va rompiendo con su fina punta la masa acuática, sus tetas estaban dentro de la misma ley, estaban delante de su cuerpo abriéndole camino a todo lo que se le interpusiera. En verdad lo que le daba mas repugnancia era la idea de encontrarse con alguna rata que se le cruzara por entre medio de sus Ricky Sarkany, pero antes de dar un solo paso más, visualizó a lo lejos la numeración de los biblioratos para ir directamente a su objetivo y no pasar mas de cinco minutos en ese inmundo lugar. Le costó unos minutos encontrar con la mirada donde estaban ordenadas las cajas de ahorro dólar, pero luego a simple vista divisó que del numero 300 al numero 500 faltaban el bibliorato y la cuenta que ella buscaba era la 435. Si el bibliorato faltaba era porque alguien más estaba buscando una cuenta dentro de esa numeración, dedujo. Era raro que alguien se llevara un bibliorato entero del archivo. A lo sumo se llevaría el legajo si era eso lo que buscaba. Quizás Marcelo que trabaja con los saldos inmovilizados se lo había llevado esta mañana. Recordó que a la mañana Marcelo había estado trasladando unas cajas. Estaba pensando en subir las escaleras a buscarlo cuando de pronto se apagó la luz y se cerró la puerta del sótano. La puerta sólo se abría del lado de afuera, era de esas puertas con traba en el picaporte, pero lamentablemente la cerradura estaba puesta al revés, como tantas otras cosas que estaban al revés en ese banco. Un sudor frío le cayó en el cuello. Subió rápidamente las escaleras y quiso gritar, pero a causa del espanto y el shock no le salía la voz de la garganta. Golpeó la puerta con la carpeta amarilla q llevaba en la mano y los papeles que estaban dentro se dispersaron por el piso, pateo la puerta con la punta de los zapatos y se quedo un momento en silencio para intentar escuchar si alguien venía por el camino. Escucho a lo lejos unos pasos, unas llaves. Se imaginó la pesada reja de hierro que se cerraba. Silencio. Deben ser las cinco y cuarto, pensó. Se desesperó y le salió la voz angustiosa como en un llanto: ¡Marcelooooo! ¡Marcelo por dios!
El archivo estaba a tres pisos de diferencia de la entrada principal del banco, al lado de las cajas de seguridad, lo que lo convertía en un espacio aislado y hermético. Volvió a gritar en vano, el gerente apretaba el código de la alarma central dispuesto al lado de la puerta de salida y saludaba al último empleado que desaparecía entre la multitud del microcentro. Ágata quiso seguir gritando para desahogar la angustia, pero se le ocurrió que era más inteligente pensar de qué manera podía salir de ahí. Golpeó con todo su cuerpo la puerta y esta apenas se agitó. Se sacó del pelo una hebilla y empezó a forzar la cerradura. Lo había visto en tantas películas que en verdad dudaba de la eficiencia de una hebilla, son ese tipo de cosas que en la realidad nunca funcionan, pensó, como cuando los villanos logran engañar a la policía en las películas de acción. Los ojos comenzaron a acostumbrarse a la oscuridad y pudo ver que en una de las bibliotecas había un lapicero, revolvió los útiles y encontró un cúter. Con el cúter entre la puerta y la pared a la altura de la cerradura haciendo palanca y con la hebilla forzando la rosca hacia todos los lados, la perta cedió y se abrió suavemente en la oscuridad del tercer subsuelo. Salió corriendo en dirección a las escaleras y la alarma ensordeció al barrio entero. Recordó que aquella noche tenía una cita en el after office de la calle Reconquista, iba a llegar tarde. Olvido la carpeta amarilla en el sótano. Fue directo a buscar su cartera y el celular, a esperar cerca de la puerta a que llegara la policía para abrirle por fin la puerta de salida.
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