24 nov 2011

Capitulo XVI: La Complicidad

Patricia Fraga tiene 35 años, es muy flaca, rubia y de pelo corto. Es cierto que Ágata la conoce solo de vista y que apenas se cruzan saludo si se topan en el ascensor. En la ciudad la vida es muy individualista, nadie se interesa por el departamento de al lado a menos que haga demasiado ruido o sus vecinos atenten contra las buenas costumbres. Ágata le abrió la puerta por instinto, ese mismo instinto que la llevo siempre a inclinarse en defensa de las mujeres o los desprotegidos. Quizás algo en el rostro de Patricia le trajo recuerdos de su infancia. Ágata la invito a cenar, comieron en el balcón los buñuelos de la abuela mientras Patricia la iba poniendo al tanto de la historia que la atormentaba:
Patricia estaba casada con un policía hacía ya cinco años. Hace siete meses que no viven juntos luego de una sombría separación. Ella decidió irse de la casa después de ver con sus propios ojos como la engañaba. En verdad ella también lo engañaba, esa no era la cuestión de fondo. El amor se había acabado hacia unos años cuando ella perdió un embarazo luego de una golpiza que le dio su marido en un arranque de celos. Ya nada era igual entre ellos, estaban juntos por no estar solos, pero eran dos sombras vagabundas y mezquinas que apenas toleraban roce. Hacían el amor de vez en cuando para sostener entre ellos la parodia del matrimonio, pero no se soportaban. Un día Patricia decidió irse, cansada de mentirse a sí misma y convencida de querer vivir una nueva vida. Armó su bolso y se fue sin despedirse. Se alquiló el departamento en el que vive ahora y empezó a frecuentar nuevas amistades sin saber que el Agente Ramirez, su marido, la estaba siguiendo a todos lados. Hace una semana se lo cruzó en la puerta de la casa y primero amablemente pero después amenazante le ordenó que volviera a su casa. Ella logró escapar de su brazo y subió corriendo a su departamento. Desde ese momento que no sale de la casa porque no quiere verlo.
Patricia lleva a su boca el último buñuelo de su plato “No es que le tenga miedo, solo que no quiero verle la cara nunca más en mi vida, ya no lo quiero.” Y con esa frase concluyó la cena. Ágata tragaba un sorbo de cerveza e intentaba encontrar una solución práctica a aquella escena, pero no era un cuadro clásico el que Patricia le pintaba. “Y cómo pensás hacer? Porque por lo visto, éste no es de los que se da por vencido fácilmente.
Se hizo un silencio momentáneo, como si ambas estuvieran concentradas desarmando una compleja fórmula matemática.       
Patricia: En algún momento se tiene que ir, no se puede quedar a vivir en la puerta del edificio!
Ágata: Si, y en algún momento vos tenés que salir de tu casa…
Patricia: Si, de hecho tengo que ir al banco a sacar plata, porque ya me estoy quedando sin víveres.
Ágata: Y si hablás con un abogado, si le pedís el divorcio?   
Patricia: Que?! Un cuervo?! Ni loca! Además, él no aceptaría. Terminaríamos a las piñas. Yo no lo quiero ver más y punto. No le quiero ver la geta, no lo puedo ni mirar, me repugna. Yo me tengo que ir de acá, me tengo que pegar un viaje y que se olvide de mi carita por un buen tiempo. Hasta que se le cruce otra loca, se enamore y esta historia quede enterrada, como un recuerdo lejano, y ahí sí, si querés hablamos con los cuervos y solucionamos toda la historieta.
Ágata: Y a dónde te irías de viaje?
Patricia: A cualquier lado menos a Misiones! Ahí fue nuestra luna de miel, porque él tiene familia allá, entonces pasamos de visita. Imaginate, de luna de miel y con mis suegros! A quien se le ocurre! Querés que te muestre las fotos? Me las traje, porque después de todo, me daba un poco de nostalgia, esperá que te las traigo.
Ágata: Dale! Yo te traigo las mias de Salta, vos conoces Salta?
Y así avanzó la noche, entre café y fotos viejas. Dos desconocidas que empezaban a conocerse. 


suscribite enviando SEMANAL a: novelabancaria@gmail.com

17 nov 2011

Capitulo XV: El apagón

El espesor de la noche se hacía presente y todo comenzaba a tener un sabor extraño. Ágata estaba sumergida en la cocina armando una nueva receta cuando de pronto un apagón de luz la obligó a dejar la tarea. Sorprendida miró a su alrededor y confirmó que el corte era en el barrio entero. Debe ser la tensión de los aires acondicionados, pensó mientras intentaba no ponerse nerviosa, no le gustaba la idea de pasar la noche sola y a oscuras. Enjuagó sus manos y salió al balcón a fumarse un cigarrillo. Era especial el cuadro que se iba armando frente a sus ojos. Los edificios eran gigantes sombras negras dispares en su tamaño que se iban iluminando gradualmente a medida que se encendía alguna que otra ventana perdida. El resplandor naranja de las velas formaba rectángulos aislados y centelleantes como un lienzo en movimiento. Toda aquella poesía desapareció con la segunda pitada de su cigarrillo. Volvió la energía acompañada de la estridente música del vecino de arriba, la licuadora esperaba en la cocina dando tumbos hacia todos lados y la televisión hablaba autómata de un choque automovilístico en el barrio de Flores. Volvió a su tarea gastronómica de armar buñuelos con los restos de acelga y arroz como le había enseñado alguna vez su abuela pero otro acontecimiento interrumpió su labor. El timbre sonó dos veces en su departamento. No esperaba a nadie y esto la alarmó. Se aceró silenciosamente a la puerta y miró a través de la mirilla. Dos hombres grandes esperaban del otro lado.
Ágata: Quién es?
Hombre: Policía Federal
Ágata se quedó en silencio. Cada vez más asombrada y temblorosa. No confiaba en la policía desde que vio como desbalijaban el departamento de un vecino en su ausencia, con la excusa de que era sospechoso de no se sabe bien que causa, que luego derivó en un error administrativo.
Ágata: Si…? Y que necesita…?
Hombre: Buenas noches señora, el encargado nos dejó subir porque estaba la luz cortada. Este es el departamento de Patricia Fraga?
Ágata: No. Es al lado.
Hombre: Pero no contesta nadie. Usted no sabe si la Sra. Fraga salió? Hace mucho que no la ve?
Ágata: No, no sé nada.       
Hombre: Disculpe que la moleste, si quiere ver la credencial (le muestra la credencial por la mirilla)… Necesitaría hacerle unas preguntas… Tenemos una denuncia de desaparición, usted comprenderá…
Ágata: Es que no se nada, apenas la conozco de vista a la señora, además yo no estoy nunca en casa, hoy m encuentra de casualidad.
Hombre: Entiendo… en todo caso, si sabe algo de la señora… colabore llamándonos a este número (pasa una tarjeta por debajo de la puerta) la familia está muy preocupada.
Ágata: Bueno. Lo tengo en cuenta si se de algo…
Ágata baja la mirilla de un golpe y respira. Todo es cada vez más extraño. Se agacha para tomar la tarjeta, la observa. Una tarjeta sencilla en papel blanco, al centro dice Agente Ramírez y un teléfono, tiene el escudo de la policía grabado a la derecha. Vuelve a sonar la puerta, pero esta vez son dos golpecitos silenciosos. Ágata se acerca a la mirilla. Es su vecina Patricia Fraga que mira hacia todos los costados. Ágata lo duda por un segundo, guarda la tarjeta en el bolsillo  y abre la puerta de un tirón haciéndole señas de que pase rápido.
Patricia tiene los ojos rojos como de haber estado llorando un buen rato. Ágata la abraza en silencio y la invita a sentarse en el único sillón de su casa.



26 jun 2011

Capitulo XIV: El árbol

El niño estaba colgado del árbol con unos binoculares. Las piernas estiradas sobre una rama sosteniendo el peso de todo el cuerpo. Estaba camuflado entre las hojas, divertido en su entretenimiento detectivesco. Cada tanto se descolgaba los binoculares y escupía hacia abajo cuando alguien pasaba. Por lo general estos no se daban cuenta porque lo hacía de forma suave, para que la saliva cayera liviana en el peinado abultado de alguna señora que paseaba su perro miniatura. Ágata llego a la esquina de Soler, a unos metros de la antigua casa de Juan Esteban y buscó con la mirada al pequeño sabandija. Encontró su escondite cuando éste salivó a un pelado que pasaba. El pelado empezó a buscar la causa del escupitajo y al verlo montado sobre una rama tan alta se arrepintió de sus deseos de venganza y volvió a su camino blasfemando en voz baja. Ágata le chisto y el niño se dio cuenta de su presencia, ella le hizo una seña de que lo esperaba a la vuelta.
Se sentaron en el mismo bar de siempre, el niño estaba ansioso por contarle las novedades y casi no la dejaba hablar. Pero ella no podía evitar regañarle por lo del escupitajo, aunque en verdad le había parecido muy divertido.
Niño: Eso le pasa por andar sin sombrero! Los pelados tienen que andar con sombrero, sino es una provocación. Viste el que me mostraste de la foto, hoy vino a la casa y le dio un beso en la boca a la señora esa que esta con el viejo enfermo y después vino un chico, así como vos, de tu edad, y se fue con el señor de la foto a una habitación. Se quedaron como una hora y el chico salió.
Ágata: Un beso…? Estás seguro que es el de la foto que te di?
Niño: Si si, hasta tenía el mismo traje!
Ágata: Cómo el mismo traje?
Niño: Así! Todo negro con una camisa blanca abajo, como el de la foto!
Ágata: Pero que sea negro no quiere decir que sea el mismo! Y el chico ese, cómo era?
Niño: Ese no llevaba traje, era más así nomás y era de pelo castaño.  
Ágata: Y qué más? Cuánto medía? Era gordo flaco? Qué más?
Niño: ahhh te gustó!
Ágata: Cómo me va a gustar si no me dijiste nada! Lo único que me decís es que no tenía traje!
Niño: Tenía ojos verdes, era facherito, así, canchero como yo, ni gordo ni flaco… no sé qué más… un poquito más alto que vos.
Ágata: Ojos verdes…
Niño: Viste que te gustó!
Ágata: Y llevaba un pilón de hojas bajo el brazo?
Niño: Si! Cómo sabés? Ya sabés quien es?     
Ágata: Si… No… No sabemos todavía, pero quizás…
Niño: Tenes novio?
Ágata: No, porque?
Niño: No querés ser mi novia?
Ágata: Callate! Sos muy chiquito vos para ser mi novio, cuando seas más grande.
Niño: Bueno, pero mirá que te voy a ir a buscar eh!
Ágata: Trato hecho. 


suscribite a la tirada semanal via mail enviando SEMANAL a: novelabancaria@gmail.com

20 jun 2011

Capitulo XIII: Las cosas por su nombre

De pronto, como si el mundo hubiera recordado que sigue girando, la gente salió de su casa a hacer todos los trámites posibles al banco. Quizás porque era fecha de cobro, o por el retorno tras un fin de semana largo. El salón estaba colmado de clientes que esperaban ansiosos, los teléfonos sonaban sin cesar, las cajas tenían interminables filas y Ágata no encontraba un segundo de silencio para sus pensamientos. Vio pasar a lo lejos a Ernesto que se dirigía al subsuelo. Él no se detuvo a saludarla. Pensó que tal vez no quiso molestarla porque estaba atendiendo, o tal vez porque quiso evitarla. Siguió hablando con su cliente sin interrumpir su relato: “Nuestros prestamos son fiables porque tienen tasa fija y es la más baja del mercado…” Lo vio pasar otra vez. Caminaba apurado hacia la puerta de salida y ella le grita: Ernesto! Ernesto sigue su paso, apenas se da vuelta para levantarle una mano.
Ágata: Ernesto! Vení, que te quiero hablar. Ernesto sigue hacia la puerta y le contesta a lo lejos: Estoy apurado, después hablamos. Ágata se levanta de golpe dejando su protocolo de venta a la mitad y corre hacia la puerta, Ernesto ya está afuera.
Ágata: Ernesto para! No te escapes.
Ernesto: No me escapo, estoy apurado.
Ágata: Vos que sabes del padre de Juan Esteban?
Ernesto: Lo que te dije el otro día, por qué?
Ágata: Porque no está muerto. Vos lo sabías?
Ernesto queda mudo por unos segundos, buscando en su mente una respuesta.
Ernesto: De donde sacaste eso? Ágata, te dije que te dejaras de joder con ese tipo, no me das bola! Te vas a meter en un quilombo!
Ágata: Lo sabias o no lo sabías?
Ernesto: Cómo lo voy a saber! De donde lo sacaste? No puede ser si yo me acuerdo cuando le hicieron el velorio, el viejo estaba enfermo y un día la palmó, Ágata deja de inventarte historias! Esto no es una novela, esto es la vida real, no es un juego de detectives. De donde sacaste esa historia? Estás mal informada.
Ágata: Lo vi con mis propios ojos. Me vas a ayudar o no? Dejemos claro de que vereda está cada uno.
Ernesto: Ágata estás loca, volvé que te está esperando tu cliente.
Ágata: Perfecto, entonces para mí ya están claras las cosas. Hasta luego Ernesto.
Clavó su mirada en los papeles que Ernesto apretaba sobre el pecho, lo miro a los ojos y volvió a su escritorio, donde el cliente esperaba observando la escena.
El gerente estaba parado al lado del cliente y la miraba enfurecido, cuando la tuvo en frente le dijo que cuando termine la esperaba en su oficina.
Una vez allí el gerente soltó un sermón en el cual hacía un repaso de todas las consideraciones que había tenido con ella, pero que si seguía trabajando de esa manera iba a tener que pedir que la cambien de sucursal, que no podía tener una empleada que esté papando moscas en vez de vendiendo. Que estaba podrido del asunto ese de la cuenta en dólares, que se dejara de hinchar, que no era un tema suyo, que si las autoridades del propio banco no se interesaba en resolver aquel tema, no era ella alguien especial parta tener que interesarse. Que uno al banco iba a cumplir una función administrativa, era un “funcionario”, no un militante de Greenpeace, por lo tanto, los asuntos se resolvían con ese temple, lo que se puede se puede, y lo que no, se deja en suspensión hasta que alguna orden suprema de la resolución. Le remarcó que lo más importante para la compañía era vender, no resolver casos de cuentas fantasmas. Que no le interesaban los fantasmas, los fantasmas son parte del pasado, y al pasado hay que dejarlo atrás. Lo único que vale es el futuro, y en el futuro están en las ventas. Y que le prohibía expresamente seguir con ese tema, porque desde que había surgido esa cuenta fantasma ella estaba en cualquier cosa menos trabajando.
Ella quiso interrumpir el monologo variadas veces, pero él siempre tenía una frase potente para tapar su intención.
Gerente: Y ahora vaya a trabajar, espero que esto que hablamos le sirva, y recuerde que cuanto más venda más cerca está del acenso.
Ágata asintió con la cabeza y salió cabizbaja. Fue a su escritorio donde la esperaba un mundo de gente ansiosa por ser atendida.  

23 may 2011

Capitulo XII: El Mago

Las mujeres siempre fueron importantes en su vida. Desde su tía Stella, que era una magnífica cocinera, a su abuela Rita, confidente de sus secretos más íntimos. Cuando no estaban ellas, eran las amigas de su madre quienes la llenaban de golosinas, cuando Ágata todavía era una niña y apenas descubría que un caramelo media hora puede durar cinco segundos de acuerdo a como se  lo saboree. La cuestión era que la mirada femenina la había marcado desde la infancia. Su casa siempre estuvo rodeada de mujeres, que se reunían a charlar de hombres, de chimentos, de nuevas recetas o de la última novela. Hacían reuniones para jugar a la canasta, tocar el piano, tirarse el tarot o emprender nuevos proyectos. Siempre había un clima festivo en su hogar, aunque las cosas no fueran del todo bien. Lo mismo no le pasaba con los hombres, cuya primera impresión era propósito para la más cruel desconfianza. Luego de un análisis exhaustivo, éstos lograban su ficha en el catálogo mental que ella llevaba internalizado. Quizás esto era provocado por la relación suspendida que tuvo con su padre. Cuando cumplió los cinco años, su madre renunció  a los preparativos de la fiesta de cumpleaños a medio armar y sin que su padre se diera cuenta, debido a la borrachera que tenía esa tarde, se escaparon por la puerta trasera del patio. Y de allí a la estación de autobús de Salta en un micro rumbo a Buenos Aires. El hombre estaba en la quiebra cuando se fueron, era jugador y estaba a punto de hipotecar la casa, se emborrachaba todas las tardes y Ágata recordaba de aquella época algunas peleas violentas. Ya en Buenos Aires la esperaba la familia de su madre, y con el tiempo se fue generando ese ambiente femenino que la acompañó durante todo su crecimiento. Luego de ese cumpleaños siniestro nunca más volvió a ver a su padre.

Era la tarde del sábado y decidió visitar a su madre que hacia algunas semanas que no veía. Al entrar al departamento su madre está compenetrada frente a la notebook.  La madre le grita con una sonrisa medio agitada por una emoción que Ágata todavía no comprende: ¡Ágata! Vení a saludar a Marcelo! ¿Te acordás de Marcelo no? Luego sigue en vos baja y saliendo de la computadora – Mi novio el de Costa Rica nena, el que te conté que es empresario, vení a saludarlo.
Ágata se sonríe incrédula, la madre la agarra de la mano y la lleva hasta la computadora. Ella habla haciendo el personaje hacia la computadora: Hola Marcelo, un gusto, espero no interrumpirlos, pero tengo que hablar cosas importantes con mi madre, si no es problema… La madre interrumpe poniéndose enfrente de la computadora: Disculpala Marcelo, ya van a tener oportunidad de conocerse cuando vengas a Buenos Aires, ella está muy cansada por el trabajo, después la seguimos, mañana te llamo tempranito. Besitos. La madre cierra la el msn y la mira furiosa: ¡Ágata! No te das cuenta que me estas espantando mi mejor candidato. Yo ya no soy una pendeja como vos, que puedo conseguir un novio con plata a la vuelta de la esquina, mirá todo el trabajo que me lleva levantarme uno y vos me lo espantas así! Pero bueno nena, contame, que te trae por acá, que hace tanto tiempo que no venís.
Ágata se sienta a la mesa, la mira serio: El Tarot mama, necesito que me tires el Tarot.   
Madre: Mal de amores?
Ágata: Un engaño.
Madre: Laboral?
Ágata: Mas o menos.
Madre: Ernesto?
Ágata: No mamá, cortala con Ernesto querés!
Madre: Mejor…
La madre agarra las cartas que ya estaban preparadas en la mesa, porque últimamente se gana la vida tirando el tarot. Baraja las cartas mientras ambas sostienen una mirada fija clavada en los ojos de la otra. La madre apoya el mazo en la mesa
Madre: Cortá.
Ágata: Tirame solo las tres cartas, haceme la tirada de “por si o por no”
La madre acomoda 3 cartas dadas vueltas armando una pirámide. Da vuelta la primera y la mira fijo. Ágata cierra los ojos al verla. Da vuelta las otras dos de abajo.
Madre: “El mago” nena, vos sabes lo que eso significa ¿no? Hay un hombre… Un hombre que esta transformándolo todo, alguien que te va a cambiar la vida. Abajo, del lado derecho “Las Espadas”, símbolo de protección, estás cuidada, no te preocupes, además vos sabes que la abuelita Rita esta siempre cuidándote, vos tenes un ángel nena! Lo que daría yo para eso! Y del otro lado…¡”Los oros”! Nos hacemos ricas! Nena que buena tirada, por dios! Que estás tramando? Contame todo ya!
Ágata le sonríe y se muerde los labios. Luego suspira aliviada como sacándose un peso de encima. 

suscribite a la tirada semanal via mail enviando SEMANAL a: novelabancaria@gmail.com

14 may 2011

Capitulo XI: El niño

Todo iba tomando un color más gris y confuso. Pensó que las casualidades ya no eran tales y que debía de alguna forma disimulada, investigar un poco más sobre aquella familia.
El niño seguía ahí, apoyado en un árbol, como esperando que ella resolviera salir del asombro. Entonces fue cuando ella lo vio. Una vez que se había terminado el espectáculo de la ventana, una vez que el telón se había cerrado. Recién ahí ella puedo darse cuenta que había alguien más, el niño. Se acercó a él, que jugaba con un fajo de estampitas como si fuera un mazo de cartas.
- Comiste?
- No.
- Yo tampoco. Vamos a comer algo.
Caminaron unas cuadras por Soler hasta llegar a un bar en una esquina. Ella sentía que su alma estaba vagabunda, sin certezas, sin saber en quien confiar. Y en ese punto se identificaba con el niño, que según le contó en el camino, había abandonado su casa hacía un mes para vivir con su tío en retiro. Se sentaron afuera y Ágata pidió dos sándwiches y dos coca colas. Él le contó que el marido de su madre le pegaba si no llevaba plata cuando volvía a la casa, por eso se vino a vivir a la villa 31, lejos de él. Además era más fácil para laburar estar en la capital y acá en Palermo se laburaba bien. A veces extrañaba Temperley, ahí estaban sus amigos de verdad, con los que había armado un equipo de futbol. Le contó que escondía la plata antes de llegar a la casa, tenía un escondite secreto, donde guardaban la garrafa. Dijo que la escondía porque estaba juntando plata para comprarse unos botines, pero unos buenos, como los del Messi. Pero cuando el marido de su madre encontró el escondite, le robó la plata y se enfureció de tal modo que lo persiguió alrededor de la casa con la garrafa  en la mano para golpearlo. Ahí decidió irse y empezar de nuevo con los ahorros. Pero ahora era más difícil, porque en lo de su tío eran un montón y no tenía un escondite. Además, él le había dado un lugar en su casa y algo tenía que llevar.
A Ágata se le ocurrió que el niño podría trabajar con ella en el caso y se lo propuso. De paso juntaría plata para los botines. Se estrecharon las manos para cerrar el negocio. El niño era muy formal en este tipo de acuerdos, decía que si no se daban la mano, cualquiera de los dos estaba libre para traicionar al otro. Que los buenos acuerdos se cierran estrechándose las manos, eso lo había visto en una película y confiaba ciegamente en ello.
Quedaron en que cada día él vigilaría la casa, quienes entran, quienes salen, si puede ver algo a través de la ventana mejor. Se encontrarían por la tarde a merendar, para que le pasara el reporte diario. Elle le iba a pagar un poco más de lo que ganaba habitualmente con las estampitas. 



suscribite a la tirada semanal via mail enviando SEMANAL a: novelabancaria@gmail.com

28 abr 2011

Capitulo X: La Ventana

Ágata salió temprano del banco con la excusa recurrente de ir al médico. Eran las cuatro cuando cruzó la puerta y esta vez no estaba el tipo de remera roja parado en la esquina. Esto alivianó su paranoia y aprovecho para perderse entre la multitud del microcentro. Sus pensamientos iban y venían vertiginosamente al ritmo del tráfico de la angosta vereda. “Un verdadero narcotraficante no vive en Caballito. Es raro que no quisiera hablar de su madre, me evadió dándome un beso. Me olvidé de hacer el registro de firmas al Sr. Chukosky! Mañana lo llamo. Ernesto me estará exagerando la historia por celos? No sería raro. Debería consultar a la bruja, a ver qué me dice.      
Llegaba a la boca del subte y se detuvo de golpe. El de remera roja ahora saltaba garrapiñadas en la esquina de Diagonal Norte. La vio, le hizo un giño y ella como en un acto reflejo se tapó la cabeza con la capucha del piloto.
El subte siguió su curso normal, ella bajo en Bulnes, en el antiguo barrio de su infancia, Palermo. Todo allí estaba lleno de recuerdos, las plazas, los kioscos, cualquier calle tenía una historia con sus compañeros de la primaria. Se acordó de Bianca y cuando empezaron a tomar solas el colectivo que en ese entonces era toda una aventura; de la guerra de frutos que una tarde se desató en la plaza, era todos contra todos con pequeños frutitos rojos del tamaño de una arveja, empezaban a florecer con la llegada de la primavera y los niños depredadores arrasaban con ellos; se recordó de niña decidiendo que ser bailarina cuando sea grande. De pronto las calles se cubrían de nostalgia, de niñez, de sueños antiguos, de vivencias imborrables.
Llegó a la calle Soler, donde antiguamente vivía Juan Esteban, cuando Palermo era otro Palermo, un barrio viejo, de casa bajas. Se encontró sorpresivamente con que la casa seguía existiendo y todavía no se había convertido en un moderno bloque de cemento como la mayoría de los terrenos de aquel barrio. Paró unos segundos para observarla mejor. La puerta de madera pintada de blanco con el cerrojo de bronce; el balcón de la planta de arriba, ahora abandonado y sin vida; la ventana que daba a la vereda, donde estaba el comedor. Sus recuerdos de aquel lugar eran borrosos, alguna vez había visitado esa casa, pero hacía muchos años ya de eso y la fantasía empezaba a mezclarse con el recuerdo.
Se acercó a la ventana para husmear. Apoyó su frente en la reja, como si fuera una niña otra vez, jugando a los espías. Adentro estaba oscuro, pero al rato sus ojos se acostumbraron a la oscuridad y pudo ver mejor. Allí estaba Dolly, la madre de Juan Esteban, idéntica a su recuerdo, con su mismo corte de pelo, con un delantal de cocina y una bandeja en brazos. Ella deja la bandeja apoyada en una mesa y se acerca a un viejo sentado en una silla de ruedas que inmutable observa el televisor. Ella lo corre hacia un costado para acomodarlo frente a la mesa. El viejo balbucea una queja que hace que Dolly lo vuelva a su sitio original. Dolly sale por la puerta y vuelve con una mesa plegable. La pone delante de él y trae la bandeja. Acerca un sillón y se sienta a su lado. Le hace una caricia en la cabeza, toma un tenedor y le acerca la comida a la boca. El viejo dice algo. Ágata intenta acercarse más a la ventana para escuchar lo que dicen, pero la reja se lo impide. El viejo levanta la el brazo lentamente y señala la televisión. Dolly sonríe y le da un beso en la mejilla. Toma otra vez comida del plato y se la acerca a la boca.
Ágata se empieza a desesperar por saber más, su frente clavada en la reja empieza a dolerle por la presión, pero no quiere despegarla para no perder la capacidad de luz que ganó al estar tanto tiempo mirando la oscuridad.
Un pibe se detiene al lado de ella y la mira por un momento sin que se dé cuenta.
-          Flaca, no te sobra una moneda.
Ágata se sobresalta y sale ruidosamente de la reja.
-          Eh? No, no tengo.
Vuelva hacia la ventana, pero ahora está Dolly del otro lado mirándola. Cierra la persiana de un golpe. 



16 abr 2011

Capitulo IX: El sexo

Se acomodó el mechón de pelo que caía por su frente y pasó el rímel por sus pestañas. Había buscado cuidadosamente la combinación del cinturón, con los zapatos y la cartera, todo en el mismo tono de rojos. Salió a la calle, paro un taxi y siguió camino a lo de Juan Esteban, que según dijo en el mensaje de texto, la esperaba con la comida. A decir verdad le pareció un tanto desfachatado que si la había invitado a cenar termine siendo en el living de su casa. Por lo general cuando alguien intenta cortejar a su enamorada, suele invitarla a algún sitio exóticos, caro, de lujo, o a un evento extraordinario y no a cenar en el comedor de su casa de soltero, pensó. Quizás estoy teniendo una mala interpretación de sus intereses. Quizás solo quiere hablar de su caso y amablemente me invitó a tener una cena grata en su casa, como lo haría una amiga cualquiera. El tema está en que no es una amiga cualquiera, sino que es un hombre, y por regla general, lo hombres, no tienen amigas mujeres, sino que siempre tienen guardada una segunda intención esperando el mejor momento para sacarla a luz. Esto Ágata ya lo sabía de memoria, por eso le pareció desagradable que la invitara a su casa, sin reparar en que es lo menos galante que puede ofrecer un pretendiente. Ágata pensó que quizás es de esos hombres que esbozan una estrategia tan básica, que pretenden sin mayor complejidad dirigirse a su único objetivo, acostarse con ella sin hacer el menor esfuerzo.
Pensó que sería muy triste si esa es la verdad, pero que en definitiva no le importaba demasiado. Ahora se había adentrado en el personaje y lo único que quería era sacarle la máscara y poner luz al misterio de su verdadera identidad. El taxi ya había entrado en el barrio de Caballito, en dos o tres cuadras tenía que bajar. Se echó perfume y sacó la billetera fucsia que el tipo de remera roja le había devuelto. Recordó la escena de la tarde con rencor.
Juan Esteban la esperaba en su loft impecable. A su alrededor la decoración estrictamente cuidada en tonos blancos, negros y rojos. Delante suyo una mesa del tipo tatami con cuatro rollos de sushi y un vino blanco en la frapera. Ágata sonrió, después de todo no estaba tan mal, pensó.    
Primero hablaron de la lluvia, después de la cultura japonesa, luego pasaron a los temas clásicos de interés general, de los que se hablan en las noticias, intentaron recordar a sus compañeros de la primaria. Pero la tensión sexual que se respiraba en el ambiente no les permitía observarse realmente el uno al otro. Juan Esteban tomó la iniciativa después de unas copas e intentó deslumbrarla haciendo unos origami con unos papeles encerados de colores que tenía preparados para la ocasión. Realmente era bueno haciéndolos, le regaló una rosa con miles de pliegues que a Ágata la conmovió. Luego se acomodaron en el sillón, luego se besaron, luego se miraron profundamente para reconocerse y luego pasaron al encuentro sexual del que ambos tenían la certeza que ocurriría.
Ágata percibía el cuerpo de Juan Esteban sobre el suyo, pero estaba en otro lado. Iba y venía entre el placer y el pensamiento. De pronto se sentía unida a otro ser por medio del placer, y tan pronto se sentía el ser más solitario, sintiendo cada parte de su cuerpo, sumida en un placer interno, imposible de compartir, personal y único. Hasta que Juan Esteban la trae repentinamente otra vez a este mundo, donde el sexo se comparte y no es personal. Le habla, ella responde algo que se queda entre sus labios y vuelve a entrecerrar los ojos. Se enreda en sus pensamientos, de no saber porque está haciendo lo que hace. Vuelve al placer, de sentir el roce de la piel tibia de Juan Esteban. Y así, en un vaivén de sentir y pensar transcurre el encuentro.    



26 mar 2011

Capitulo VIII "El Agua"


Sus pies descalzos tocan la vereda. La primera gota se suicida en el suelo anticipándose a la tormenta. Los transeúntes pasan acelerados y se fusionan con la multitud que intenta salvaguardarse bajo algún techo. Los pensamientos se detienen. Un segundo de calma provocado por el silencio interno la traslada a otro sitio. Los sonidos llegan desde algún lugar lejano en el que Ágata ya no está presente. Sumergida en el mundo acuático irrumpe el silencio un pensamiento, como un relámpago que desciende desde el vacío. “¿Qué sentido tiene la búsqueda de la verdad? ¿Cuál es la satisfacción de saber si se está en lo cierto? ¿Tiene alguna importancia?”. Siente una mano que toma su brazo mojado por la lluvia. Desde aquel lugar cada vez más lejano Ernesto le habla, la mira a los ojos, la lleva por el brazo hacia a la esquina de Córdoba. Ella lo percibe pero no muy claramente, su voz se pierde en el agua sin comprender el sentido de sus palabras, apartando su atención al sonar de cada letra, disociando la palabra del sentido. Los sonidos de la calle, sumergidos, se intensifican y se alentan, como si salieran desde una burbuja produciendo eco al revotar en el espacio. La lluvia lograra penetrar en todos sus sentidos. Su respiración lenta, el cuerpo se desliza sin peso avanzando por la calle. Atraviesa el aire como a una masa pesada e indivisible. Las luces distorsionadas reflejan brillos que se expanden formando líneas y estrellas. Ernesto le habla desde el subsuelo acuático, quiere comunicarse, pero por detrás suyo un destello de luces avanza por la avenida logrando captar la atención de Ágata. Un taxi frena a sus pies. El mundo da un vuelco repentino.

Ernesto: A Avenida Los Incas por favor. Ágata, me escuchas!
Ágata vuelve en si súbitamente
Ernesto: No te metas en quilombos, ese tipo tiene amigos grosos, vas a terminar mal, su padre es un asesino y no le va a importar si sos amiga o no sos amiga, vino a buscarte a vos por algo muy claro, o todavía crees en la casualidades de la vida. No seas tonta, hacete la boluda, te lo digo por vos, porque te quiero. Yo conozco la historia de esa cuenta, es más, te voy a decir algo… Nosotros le pusimos a Marta Reyes para que no pudieran sacar la guita, ¿Entendes? Pero no te metas, te cuento esto para que entiendas que va mucho más allá de tu control. Esto es una guerra y yo no se la voy a perdonar a ese hijo de puta. ¿Está claro? Pero linda, haceme un favor, no te metas, no la hagas más difícil, no te conviene. Vos sos una mina tranquila, que estas cosas no te importan mucho, la política no es lo tuyo, ¿no es cierto? Entonces, dejanos a los que sabemos jugar a este juego que nos entendamos entre nosotros. Y no me hagas perder la cabeza, te estoy cuidando después de todo, eso que siempre me reclamaste, que no te cuidaba.
Era verdad. A Ágata no le interesaba la política, no tenía ideas propias acerca de la actualidad política. Era de esas personas que repetía lo que dice la gran mayoría, que por lo general era lo que decía el medio de comunicación más masivo. Pero que él lo dijera tan abiertamente le molestó. Y se llegó a preguntar por qué las cosas suceden en los momentos inesperados. A veces las cosas llegan a tus manos y no sabes qué hacer con ellas, entonces es un buen momento para entrar en tema, pensó. Le dio cierta curiosidad el relato de Ernesto, aunque intento no reflejarlo en sus gestos. En verdad era bastante raro todo lo que decía, no le parecía parte de su realidad, inclusive hasta le dio miedo por un momento, pero también pensó que Ernesto era un manipulador de masas, por lo tanto, tendría que escuchar la otra campana para tomar una decisión propia, sin su influencia. Que Juan Esteban padre era un narcotraficante era como el cuento del hombre de la bolsa, hasta que ella no encontrara un indicio, no le iba a creer a Ernesto, que a esta altura ya le estaba pareciendo un delirante. 

Musica recomendada para este capitulo:

26 feb 2011

Capítulo VII “El velo”

Ernesto toma cerveza en la mesa del fondo, despide con un abrazo a una chica. Ágata lo observa desde la entrada y espera a que ella se aleje para dar un paso hacia adelante. Se da cuenta que la diferencia de altura entre un pie y el otro es considerable y se saca la otra sandalia. Ernesto la ve acercarse y se levanta para recibirla. La saluda con un beso en la mejilla sin notar el detalle de la altura, pero percibe algo raro en ella. Ágata se sienta y apoya la sandalia arriba de la mesa, luego sus codos. Sostiene su cabeza con las manos y lo observa en silencio. Ernesto mira la sandalia confundido. Ágata sostiene la mirada. Un nudo en la garganta le parte la respiración. Por dignidad intenta contenerse pero le brotaran las primeras lágrimas de un llanto sostenido e incontrolable.
Ernesto: ¡¿Ágata que pasa?!
Ágata: ¡No puedo más! ¡No entiendo que pasa!
Se desarma en el llanto. Ernesto se sienta al lado de ella y le acaricia la cabeza intentando contenerla.
Ágata: ¡Hay un negro que me viene corriendo hace cinco cuadras! Se me rompió la sandalia y casi me rompo la cabeza tres veces, ayer me quedé encerrada en el sótano del banco y hoy llego a la mañana a trabajar y me encuentro una amenaza en el taco del escritorio.  
Ernesto la observa distante, sorprendido. La toma de la mano. Incrédulo le pregunta
Ernesto: ¿Una amenaza Ágata, de qué tipo?
Ágata: Si, una amenaza. Un papel que dice que deje de investigar. Que me olvide de todo. Y un tipo que me sigue a la salida del banco.
En eso entra el de remera roja al bar, que desentona claramente con el glamor del boliche. Se para frente a la barra y comienza a buscarla a Ágata con la mirada. Distingue su pelo rubio fosforescente. Ella está de espaldas a la puerta. Se acerca a la mesa en un paso liviano. Ágata percibe la presencia de alguien y se da vuelta de pronto. Al verle la cara se paraliza. Pálida y muda. Temblando ruega piedad con su mirada.
Hombre: ¡Flaca te vengo siguiendo hace cinco cuadras!
Ernesto lo mira interrogado. El tipo saca del bolsillo una billetera fucsia y sonríe. La tira arriba de la mesa. Ernesto sonríe también. Ágata la mira horrorizada como si hubiese tirado una bomba que está a punto de estallar sobre la mesa. Ernesto saca del bolsillo cincuenta pesos y se los extiende.
Ernesto: Gracias capo.
Hombre: No, de nada, pero decile que no me la voy a comer, que ya almorcé hoy.
Se ríe sarcástico tocándose el pedazo de panza que queda al descubierto entre la corta remera roja y el jean. Saluda con una mano en un gesto descreído y se va. Ernesto acaricia la mano de Ágata y levanta una ceja como diciendo “viste que no pasa nada”. Ágata lo mira furiosa.
Ágata: ¡No te das cuenta! ¿No te das cuenta que me la robó él para seguirme? ¡Y vos! ¡Encima le das plata!     
Ernesto: ¿Ágata que te pasa? ¿Me estás hablando en serio? No pasa nada. Te estás haciendo la cabeza. Contame ¿Qué es eso de la amenaza? ¿Qué estás investigando?
Ágata: Nada Ernesto, no se para que vine.
Ernesto le acaricia la mano intentando recomponer.
Ernesto: No te pongas así... ¿No confiás en mí?
Ágata que observaba la billetera levanta la mirada hacia los ojos de Ernesto.
Ágata: A veces… Pero hoy no es el caso. Hoy prefiero malo por conocer que malo conocido.
Ágata agarra la billetera y la sandalia y se levanta bruscamente de la mesa.
Al cruzar la puerta de salida recuerda que es jueves y que tiene una cita.

Musica recomendada para este capitulo:
http://www.youtube.com/watch?v=Qm-LXCcASuw&feature=fvwrel

Capitulo VI "Al trote"


Titubeó. Observó de reojos la cámara colgada en diagonal que apuntaba a la puerta del archivo. Sonrió al policía que se encontraba atravesando el obturador, el cable, la interconexión eléctrica, el otro cable y por último la pantalla del televisor blanco y negro encerrada en el bunker blindado del entrepiso. Él también sonrió y levanto el mate como en un brindis hacia la pantalla. Camino lentamente hacia las escaleras sin oír lo que decía la chica de limpieza que rezongaba porque Ernesto otra vez había entrado al archivo sin su autorización. Turbada en sus pensamientos caminó sin detenerse en que Maira, la cajera, bajaba corriendo porque otra vez había llegado tarde. Con la mirada perdida subía las escaleras. Cada escalón pesaba más que el anterior. Como si sus pensamientos tuvieran un peso concreto que le aplastaban la cima de la cabeza derritiéndola sobre la baranda en la que se sostenía.
Se sentó en su escritorio. Dos clientes. Una llamada telefónica. Un encargo del gerente. Otro cliente. La mirada odiosa de Nicolás.  El golpeteo constante del sello de los cajeros sobre la boletas. El teléfono suena. Nicolás observa. El sello golpea. El murmullo del gentío. Nicolás. Teléfono. Sello. Alguien dice: ¿Señorita hay baño acá dentro? Ágata lo observa por unos instantes, confundida, abstraída. El señor, que lleva un bastón y un traje arrugado, la mira casi enfurecido por su silencio. Golpea dos veces con el bastón la butaca vacía frente al escritorio. ¡Señorita! ¿Me escucha? ¿Hay baño acá adentro? Ágata sobresaltada sale de sus pensamientos. ¡No señor! vaya al Mc Donald´s, hay uno acá enfrente.      
Toma inmediatamente el teléfono y llama al departamento de legales. Toma apuntes de todo lo que le indica su interlocutor:
-          Formulario de lavado de dinero (orígenes de los fondos)
-          Acta de defunción
-          Declaración de herederos
-          D.N.I. del heredero
Cortó el teléfono y volvió a marcar. Su mano se enredaba nerviosa en el cable tirabuzón.
Interlocutora: Hola… Hola!
Ágata: Hola. Se encuentra la Señora Estela Reyes?
Interlocutora: Acá no vive ninguna Estela Reyes.
Ágata: Ah… Disculpe. Y no sabe si en algún momento vivió alguna Estela Reyes, porque intento buscarla y me dieron este teléfono.
Interlocutora: No querida, yo vivo acá hace cuarenta años y nunca vivió una Estela en mi casa, le habrán pasado mal el teléfono.
Ágata: Ah disculpe... Yo estoy hablando con la casa de Rivadavia al 6000, no es cierto?
Del otro lado del teléfono se escuchó el pulso del tono, casi cardiaco. La interlocutora abandonó la llamada. Ágata abandonó la investigación momentáneamente. Sabía que ese no iba a ser el camino.   
Dieron las cinco y cuarto y salió saludando a cada uno de sus compañeros. Caminó por Reconquista en dirección a Le bar, donde se habían citado esa mañana con Ernesto. La calle atestaba de gente, la densidad en la atmósfera próxima a una lluvia. Reconoció al hombre que hacía dos cuadras la estaba siguiendo. Llevaba la misma remera roja y esa cara inconfundible de expresidiario. Primero le llamó la atención que si su empresa era seguirla, vistiera siempre igual, pues tarde o temprano ella lo reconocería. Después pensó que quizás era tan impune su empresa que ni se molestaría en que no lo reconozca. Esto le dio escalofrío y aceleró su paso. El de remera roja, que venía fumando a paso tranquilo, tiro su cigarro a medio fumar al suelo y acelero su paso también. Ágata lo notó, miro hacia atrás y cruzaron sus miradas. Tomo su cartera de costado y fue al trote. Él trotó también. Ágata comenzó a correr, mirando hacia atrás. Se tropezó con una pareja que cruzaba la calle de la mano. Miró hacia adelante sin detenerse, a los golpes con la gente amontonada por la peatonal. De pronto una mesa de bar que traía un mozo se cruzó en el medio. Era la hora del after office. Freno de golpe, miró hacia atrás. Él seguía corriendo, a unos cuantos metros de distancia, pero se estaba acercando. Ágata esquivó la mesa y siguió corriendo buscando direccionarse por el centro de la peatonal y escabullirse entre la multitud. Corrió, pero de pronto el taco de la sandalia se le enredó entre los adoquines y cayó al suelo. Un grupo de jóvenes que estaba al lado se acercó para ayudarla, pero ella volvió a mirar hacia atrás y lo vio. Se levantó de un salto y corrió tratando de acomodándose el taco, pero la tira de la sandalia ya se había cortado y salió volando por el aire. Siguió corriendo. Quedaba media cuadra. Rengueando con una sandalia y la respiración agitada se desplomó en el marco de la puerta de entrada de Le bar. Se acomodó el pelo y las pestañas. Respiró profundo y abrió decidida la puerta de vidrio. En el bar sonaba “Sing Sing Sing” por Benny Goodman.       

Capitulo V "El mensaje"

Esa mañana Ágata se despertó decidida a organizar la información. Frente al capuchino humeante y con un block de hojas sobre su escritorio, se dispuso a ordenar las ideas y los pasos a seguir. Llamaría a la oficina de Legales para interiorizarse de cómo se procedía, le comentaría al gerente quien seguro tendría más experiencia en casos parecidos, armaría un legajo con toda la información que le brindara el sistema y por último, buscaría los datos de la segunda titular, teléfonos y domicilios para poder contactarla.
Buscó con la mirada el taco sobre el escritorio donde el día anterior escribió las anotaciones y para su sorpresa encontró una anotación adicional con una letra confusa pero legible. Su mirada quedo inmóvil, perpleja sobre aquel papel amarillo que le dictaminaba. La sorpresa se convirtió en gracia. La gracia en miedo. El miedo en angustia y por fin en horror. Su cara se fue transformando y miró a su alrededor extrañada. Enfrente suyo Alejandro contaba las monedas de la caja para preparar la apertura, Cándido caminaba y hablaba por el radio a la central de seguridad anunciando “todo en regla”, Nicolás apilaba carpetas en su escritorio como si formara una muralla, todos parecían sumidos en su tarea habitual sin reparar en lo extraño de aquella mañana. Volvió al papel amarillo sobre el taco. Lo releyó en silencio: “Olvidarlo va a ser mejor que encontrarlo. Por tu bien deja todo como estaba” ¿Qué quería decir “olvidarlo”? ¿Olvidar a quien o a qué? ¿Porque iba a ser mejor dejarlo todo como estaba? Sea lo que sea, terminaba la frase de un modo amenazante. Y en tal caso. ¿Cómo sabía el amenazador que ella estaba trabajando en esto, si todavía no se lo había comentado nadie? Recordó inmediatamente la carpeta amarilla del sótano. Salió apresurada a buscarla para no dejar más evidencias. Faltaban dos minutos para la apertura. Nicolás odiaba que desapareciera justo cuando estaban por abrirse las puertas. La miro con desprecio cuando la vio levantarse del escritorio.        
Ágata: Ya vengo Nico, son dos minutos, voy a buscar una carpeta que me olvidé.
En eso el malón de gente atravesó la puerta de entrada y ella se mescló con la multitud que la llevaba por delante. Una persona la frenó para preguntarle algo sobre las cajas y otro que la vio parada aprovecho para preguntar también. La sucursal ya estaba en pleno funcionamiento. Ágata logró se deshacerse de la gente y se apresuró a bajar hacia el subsuelo. En la escalera del segundo subsuelo se topó con Ernesto, a quien no veía desde octubre del año anterior. Ernesto subía las escaleras y le sonreía. Ágata le devolvió la sonrisa.
Ágata: ¡¿Ernesto?! ¿Qué haces acá?
Ernesto: Vine a ver a una de las cajeras, a Maira, viste el problema que tiene…
Ágata lo miró con sorna y recordó porque se habían peleado la última vez. Ernesto era de la gremial, se habían conocido en medio de una manifestación en la que participó sólo porque la sucursal entera estaba allí. Por lo general no le gustaba mezclarse en esos asuntos. Esa tarde Ernesto no se le despegó un segundo. Después de esa tarde, no existía  un día en el que no se vieran. El amor duró dos meses. A Ágata le resultó divertida la idea de salir con un muchacho rudo y gremialista, pero con el pasar de los días se dio cuenta, que no era a la única que le resultaba divertido.     
Ernesto la agarró de la cintura para darle un beso en la mejilla y en cuanto la tuvo frente a frente la miró a los ojos.
Ernesto: ¿Y vos? ¿Cómo estás?
Ágata sin poderse resistir a sus profundos ojos verdes, miró hacia el suelo vergonzosa.
Ágata: ¡Bien! Va… Justo que te veo ahora… Tengo que contarte algo que me acaba de pasar. Pero no te lo puedo decir acá. Además se está llenando de gente y tengo que ir a buscar ya una carpeta.  
Ernesto: ¿Te paso a buscar a la tarde o nos encontramos en algún lado?
Ágata sintió por un momento que aquella cita iba ser una perdición, volver al pasado no era su estilo. Pero rápidamente se le acomodaron las ideas al imaginarse al resguardo de un hombre fuerte que la protegería tras aquella amenaza.
Ágata: OK. A la 5.30 en Le bar.
Bajó corriendo las escaleras. Abrió la puerta del sótano y otra vez se sintió paralizada al no encontrar rastro de la carpeta amarilla ni de los papeles del día anterior.

Capitulo IV "La muerte"

Caminaba por Florida y recordaba con gracia la escena del sótano. Se habían hecho las ocho de la noche, entre la llegada de la policía, las declaraciones, el informe en casa central, solo tenía ganas de comerse una buena hamburguesa e irse casa. Había sido un día largo. Miraba las vidrieras de Falabella cuando se dio cuenta a través del vidrio que a lo lejos un hombre la observaba. Tenía un radar para la mirada masculina. Hizo de cuenta que no lo vio, pues no era de gran encanto, sino más bien un morocho, gordo, de remera roja medio gastada, que fumaba apoyado simulando mirar la vidriera, pero era evidente que la estaba observando. Se sintió intimidada y camino rápidamente hacia la boca de subte. Se colgó los auriculares y musicalizó la escena subterránea con una de Black Eyed Peas. Por lo general la gente se conglomera alrededor de las puertas, pero esta vez extrañamente el vagón estaba casi vacío y pudo encontrar asiento. El clima subterráneo la llevo a pensar en la muerte. No como algo personal, sino más bien en torno a los secretos que se llevan los difuntos y que nadie puede develar. Quizás el tiempo esclarece alguna vaga idea, pero nunca lo hace con certeza. El rencor de los vivos por haber dejado preguntas sin contestar y rastros de un ser oculto, desconocido hasta entonces, que se vuelve inaccesible a partir de la muerte. El misterio de los secretos personales, que comienzan a develarse a partir del momento de revolver las pertenencias de alguien que ha dejado de existir. Los libros, los cuadernos de escritura, las cartas, las fotos, la ropa, los discos, los cuadros. Objetos que por alguna razón están ahí, porque casi todas las pertenencias tienen una explicación emotiva. Todo lo que se guarda tiene un sentido de existencia, un valor personal que solo su dueño puede explicar. Recordó a su abuela Rita y el dolor que le produjo encontrar sus propias cartas guardadas en un cajón, luego de la inesperada muerte que la encontró joven y hermosa con 60 años de edad. Rita era la forma en que ella la llamaba secretamente, porque tenía un estilo muy sensual que le recordaba a Rita Hayworth. Su abuela odiaba que la llame así, porque en verdad era muy elegante y Rita le parecía un nombre vulgar. Pero se divertía con la idea de ser parecida a la Hayworth y entonces no le decía nada.
El subte abrió sus puertas en la estación Los Incas, el altoparlante indica final del recorrido. Las dos personas que estaban con Ágata en el vagón se acomodan para salir. Afuera una noche densa anunciaba lluvia. Ágata entró al departamento y cayó rendida en la cama. Activó el despertador, se desnudó y se mezcló entre las sábanas. Sonó el teléfono cuando ella entraba en el primer sueño. Le costó darse cuenta que la chicharra no pertenecía al mundo onírico y que estaba sonando hacía unos cuantos minutos. Manoteó el inalámbrico y con la mejor voz que pudo respondió:
Ágata: ¿Si?
Juan Esteban: Hola… perdón, estás despierta? Disculpame que te llame a esta hora.
Ágata: ¡¿Quién habla?!
Juan Esteban: Ay, perdóname, Juan habla, es que me quede pensando hoy… pensé que estarías despierta y te quería preguntar… ¿Querés que te llame en otro momento?
Ágata: Ah Juani! ¿Cómo estás? No, todo bien, es que tuve un día fatal hoy… mmm… (Bosteza).
Juan Esteban: Bueno, mira te quería preguntar si habías averiguado algo, en verdad te quería invitar a comer, por la buena onda que tuviste y de paso charlamos y nos ponemos al día, fue raro encontrarnos, no se… si querés te llamo otro día y hablamos mejor.
Ágata sonríe por dentro.
Ágata: Si te cuento lo que me pasó hoy averiguando! Pero da para contártelo en la cena. No pude averiguar mucho todavía, pero ya iremos avanzando, no te preocupes, el tiempo dirá, tomátelo con calma.  
Juan Esteban titubea, se queda en silencio.
Juan Esteban: Si, claro… Es que yo estoy un poco apurado… Pero mejor lo hablamos en la cena. ¿Cuándo cenamos? ¿Cuándo tenés una noche libre?
Ágata: ¿Por qué estás tan apurado?
Juan Esteban: (Silencio) Porque tengo cosas que resolver, y los plazos se van venciendo, porque hace bastante que estoy con esta historia y ahora que estoy cerca… No quiero dejar que otra vez se pudra.
Ágata: ¿Otra vez? ¿Cómo otra vez?
Juan Esteban: No, si, es que, viste que te conté que en otra oportunidad yo me acerque al Banco y pensé que todo iba a ser muy fácil y al final me dijeron que no. Por eso te digo. Pero bueno, lo hablamos después. ¿Te parece que nos veamos el jueves, estás libre?
Ágata: Dale Juani, quedamos para el jueves.
Juan Esteban: Bueno linda, te dejo seguir durmiendo, nos hablamos.

Ágata: Buenas noches, hasta el jueves, si se algo antes te llamo. Besos.
Cortó el teléfono y entre satisfecha y confundida volvió a buscar el hueco en la almohada.

Capitulo III "El Sotano"

Bajó las húmedas escaleras que conducían al sótano. El zumbido de la luz de tubo blanca fosforescente que iluminaba el pasillo le recordaba a la última vez que estuvo en un quirófano, eso le resulto un poco impresionante. Su cuerpo desnudo, metido en una bata de gasa transparente, la incertidumbre y la soledad de aquel sótano del sanatorio La Estrella, la mirada de aquellos hombres de barbijo blanco, que hablaban en un idioma para ella incomprensible debido a la anestesia. Esa sensación de desamparo que consigue la suma de tres factores: el sótano, la desnudez y la luz de tubo. “No hay mal que por bien no venga” pensó para sus adentros y dio un paso decidido hacia el último escalón. Tenía la teoría de que como a los autos nuevos, que los hacían más finos adelante que atrás, manteniendo una estructura aerodinámica, al igual que los barcos, donde la proa va rompiendo con su fina punta la masa acuática, sus tetas estaban dentro de la misma ley, estaban delante de su cuerpo abriéndole camino a todo lo que se le interpusiera. En verdad lo que le daba mas repugnancia era la idea de encontrarse con alguna rata que se le cruzara por entre medio de sus Ricky Sarkany, pero antes de dar un solo paso más, visualizó a lo lejos la numeración de los biblioratos para ir directamente a su objetivo y no pasar mas de cinco minutos en ese inmundo lugar. Le costó unos minutos encontrar con la mirada donde estaban ordenadas las cajas de ahorro dólar, pero luego a simple vista divisó que del numero 300 al numero 500 faltaban el bibliorato y la cuenta que ella buscaba era la 435. Si el bibliorato faltaba era porque alguien más estaba buscando una cuenta dentro de esa numeración, dedujo. Era raro que alguien se llevara un bibliorato entero del archivo. A lo sumo se llevaría el legajo si era eso lo que buscaba. Quizás Marcelo que trabaja con los saldos inmovilizados se lo había llevado esta mañana. Recordó que a la mañana Marcelo había estado trasladando unas cajas. Estaba pensando en subir las escaleras a buscarlo cuando de pronto se apagó la luz y se cerró la puerta del sótano. La puerta sólo se abría del lado de afuera, era de esas puertas con traba en el picaporte, pero lamentablemente la cerradura estaba puesta al revés, como tantas otras cosas que estaban al revés en ese banco. Un sudor frío le cayó en el cuello. Subió rápidamente las escaleras y quiso gritar, pero a causa del espanto y el shock no le salía la voz de la garganta. Golpeó la puerta con la carpeta amarilla q llevaba en la mano y  los papeles que estaban dentro se dispersaron por el piso, pateo la puerta con la punta de los zapatos y se quedo un momento en silencio para intentar escuchar si alguien venía por el camino. Escucho a lo lejos unos pasos, unas llaves. Se imaginó la pesada reja de hierro que se cerraba. Silencio. Deben ser las cinco y cuarto, pensó. Se desesperó y le salió la voz angustiosa como en un llanto: ¡Marcelooooo! ¡Marcelo por dios!
El archivo estaba a tres pisos de diferencia de la entrada principal del banco, al lado de las cajas de seguridad, lo que lo convertía en un espacio aislado y hermético. Volvió a gritar en vano, el gerente apretaba el código de la alarma central dispuesto al lado de la puerta de salida y saludaba al último empleado que desaparecía entre la multitud del microcentro. Ágata quiso seguir gritando para desahogar la angustia, pero se le ocurrió que era más inteligente pensar de qué manera podía salir de ahí. Golpeó con todo su cuerpo la puerta y esta apenas se agitó. Se sacó del pelo una hebilla y empezó a forzar la cerradura. Lo había visto en tantas películas que en verdad dudaba de la eficiencia de una hebilla, son ese tipo de cosas que en la realidad nunca funcionan, pensó, como cuando los villanos logran engañar a la policía en las películas de acción. Los ojos comenzaron a acostumbrarse a la oscuridad y pudo ver que en una de las bibliotecas había un lapicero, revolvió los útiles y encontró un cúter. Con el cúter entre la puerta y la pared a la altura de la cerradura haciendo palanca y con la hebilla forzando la rosca hacia todos los lados, la perta cedió y se abrió suavemente en la oscuridad del tercer subsuelo. Salió corriendo en dirección a las escaleras y la alarma ensordeció al barrio entero. Recordó que aquella noche tenía una cita en el after office de la calle Reconquista, iba a llegar tarde. Olvido la carpeta amarilla en el sótano. Fue directo a buscar su cartera y el celular, a esperar cerca de la puerta a que llegara la policía para abrirle por fin la puerta de salida.

Capitulo II "El comienzo de una larga busqueda"

Esa tarde no pudo dejar de pensar en Juan Esteban. En ese encuentro casual, en esa misión que le había encomendado el destino, en lo fuerte que se había puesto con el tiempo su primer novio, en lo que él habrá pensado de ella y finalmente en que haría todo lo posible para que él pudiera sacar el dinero. Porque en verdad, ella tampoco estaba de acuerdo con la institución en esos casos, al contrario de algunos cuantos compañeros. De la forma burocrática con que se resolvían algunos temas, si bien no era un almacén, y no se puede dar de fiado, tampoco se le puede hacer la cuestión tan complicada a cada uno que se presenta, y ella sabía mejor que nadie que muchas veces tenia que ver con la voluntad del que estaba sentado en el escritorio. Con lo que termino de resolver, que por una cuestión casi moral, haría todo lo que estaba a su alcance y más, para poder ayudar a su amigovio de la infancia a resolver su problema.
Se metió inmediatamente en la base de datos de clientes y comenzó a buscar por nombre y apellido al padre de Juan Esteban, que casualmente llevaba el mismo nombre     que él, pero con veintitrés millones de diferencia en la numeración del documento.
Ella no sabía mucho de la vida de Juan Esteban, pero él le había contado esa mañana que su padre tenía una diferencia de edad considerable con su madre, casi como veinte años. Se habían conocido en Estados Unidos. Ella viajaba con una amiga, en una salida  de aventuras, a Disney y a las hermosas playas de Miami. Él era en ese entonces, gerente y accionista del hotel donde ella se hospedaba. Juan Esteban padre, estaba solo y deprimido de la vida empresarial que llevaba, sin amor ni familia. Había dedicado la mayor parte de su vida a los negocios cuando la conoció a Cristina, tan hermosa y joven que era irresistible. Fue amor a primera vista. Vivieron unos meses en Miami hasta que por medio de sus contactos empresariales pudieron acomodarse en Buenos Aires, donde nació su primogénito, Juan Esteban hijo.   
Ágata entro al sistema de red de informaciones y encontró la famosa cuenta en dólares, saco el histórico de los movimientos, vio el nombre de la fulana que Juan Esteban le había dicho, anoto todos sus datos en el taco del escritorio e imprimió todo lo que iba encontrando. Con tal frenesí para la tarea intrascendente que estaba llevando a cabo, que cualquiera que la viera diría que estaba loca. Pero eran tan solo los primeros datos de lo que seria una larga historia. Le produjo adrenalina pensar en toda la información que podría recaudar, que debía ver hacia donde se disparaba el caso. Entonces pensó en lo primordial, lo que cualquier supervisor le hubiese dicho. Debía primero que nada contactarse con aquella fulana, cerciorarse por sus propios medios de que aquella mujer no existiera. Inmediatamente se le ocurrió pensar en qué le diría si en verdad existía. Como la pondría al tanto de que en el Bank of the Village tenía cien mil dólares por cobrar. Nada mas ni nada menos! La mujer se moriría de un infarto o vendría inmediatamente a cobrarlos sin dar aviso a nadie. Había que tener mucho tacto a la hora de contactarla, qué decirle, como persuadirla. De eso se encargaría Juan Esteban o su abogado en todo caso. Para cerciorarse debía ella misma inventar alguna excusa tonta por la cual la llamaba, pero no tan tonta como para poder seguirle el rastro.
Mientras hacia una lista mental de las excusas con las que podía persuadir a su interlocutor telefónico, examinó detenidamente el listado de últimos movimientos. La cuenta se había abierto hacia seis años, marzo del 2005. Ágata reparó en el hecho de que seguramente ella debería haberlo atendido al Sr. Juan Esteban, porque hacía exactamente seis años que ella trabajaba para la institución en la misma sucursal y él había fallecido hace unos cinco años. Intentó hacer un boceto en su cabeza de cómo sería la cara de Don Juan Esteban, ella no lo conocía personalmente, pues era la madre quien se encargaba de llevarlo a la escuela y retirarlo cuando era un niño. Se dio cuenta que su esfuerzo mental no tenia sentido. En el inmenso archivo de la sucursal debería estar el legajo de la cuenta con la fotocopia del documento. Decidió dejar de perder el tiempo, guardó todo en una carpeta amarilla y salió en dirección a la puerta del sótano. Miró su reloj y daban las cinco, le quedaba exactamente quince minutos para seguir jugando al detective.